Tiempos de confundir

Antonio Soler
Psicólogo y psicoanalista

Verdad


“La verdad es lo que es, y sigue siendo verdad aunque se piense al revés”

Antonio Machado


Que vivimos tiempos confusos es casi una obviedad. En poco menos de tres décadas se ha alterado el mapa geopolítico mundial; la economía, dependiente de aquel statu quo, ha derivado hacia la generalización de un capitalismo liberal en el que los estados han perdido gran parte de su poder de regulación; las nuevas tecnologías han revolucionado desde los sistemas de producción hasta la manera de comunicarse las personas; la familia ha experimentado modificaciones profundas en los roles de sus miembros, y las diversas orientaciones sexuales están presentes para conformar nuevosmodos de relaciones interpersonales y familiares. Desde las macroestructuras sociales hasta la intimidad individual todo ha sido sometido a cambios tan rápidos y profundos que se hace difícil orientarse en el mundo contemporáneo. Esquemas que servían para entender la realidad se han ido volviendo obsoletos a medida que las transformaciones se suceden. Lo que hasta hace un momento era un argumento que daba coherencia a un hecho, en un instante pierde su validez y nosotros perdemos la capacidad para entenderlo.


La realidad va muy por delante de nuestra capacidad para comprenderla. 


Algunos han sugerido que nos encontramos en un cambio de era que nos tiene confundidos. No se, no me siento capacitado para analizar y comparar los cambios en los tiempos. No sé cuales de ellos tienen la suficiente importancia para ser paradigmáticos de un nuevo tiempo y mucho menos establecer comparaciones acerca de su valor. Desconfío de la nostalgia y de la idea de que cualquier tiempo pasado fue mejor.


Pero se me impone una idea: además de la constatación de estos cambios y sus efectos en la confusión, observo la existencia de una voluntad activa, intencionada y decidida a confundir. La confusión ya no es solo la consecuencia pasiva de los cambios acelerados, sino también de actividades, en general provenientes de lo público, orientadas a impedir la comprensión de los hechos. Pareciera como si la verdad hubiera perdido su prestigio y no importara demasiado si un discurso, una afirmación se ajustaran o no a ella. Ciertas propuestas parecen estar dirigidas deliberadamente a la construcción de mentiras, o a la construcción de argumentos interesados a sabiendas de que son falsos.


Tanto la filosofía como el pensamiento científico basan su existencia en el descubrimiento de la verdad. Parten de la premisa de que el conocimiento de lo verdadero no es una evidencia. La realidad ha de ser investigada e interpretada para conocer su verdad. En ello se han esforzado buscando pruebas y elaborando teorías o argumentos especulativos que nos aproximena ella. Sabemos que la verdad, no por ser inalcanzable de manera absoluta, no permita un acercamiento progresivo. Y quienes se dedican a ello sienten que vale la pena el esfuerzo. Ello implica una ética que excluye el falseamiento o la mentira. Se acepta la posibilidad del error pero no la mentira. Para el psicoanálisis el que la verdad pueda ser inconsciente no implica que esta no pueda ser desvelada.


Pero parece como si la mentira estuviera perdiendo su mala prensa. Es como si un cierto grado de ésta fuera razonable y aceptable. 


No provoca escándalo que alguien nos mire a los ojos, y nos diga “créanme les estoy diciendo la verdad, hay armas de destrucción masiva”. Pero cuando la mentira ha quedado suficientemente demostrada, ese personaje no sale para decir: “no debieron creerme, les mentí”. Se trata de la mentira impune. La que aflora después de ganar unas elecciones sin que se asuman responsabilidades por ello. Se puede mentir y mantener la mentira, aunque los hechos demuestren lo contrario, sin que la coherencia se resienta. Se puede mantener en el mismo discurso lo falaz y lo verdadero como líneas paralelas que no llegan a cruzarse. En una especie de alarde de ilusionismo circense se nos dice “eso que veis no lo es lo que veis” o, como en un retablo de las maravillas,“estáis viendo lo que no veis”. Se trata también del viejo truco de hacernos centrar a atención en el punto para esconder lo que no interesa que veamos: “Fíjense el las cifras macro económicas y verán como progresamos, no sean agoreros mirando hacia la distribución injusta o el trabajo basura “.Los recortes pueden ser un acto de responsabilidad cuando los aplicamos nosotros o una imposición autoritaria cuando proviene de fuera.


Diversas son las causas de este uso descarado de la mentira. En lo público parece que la razón de estado cada vez se hace mas influyente. La lucha contra el terrorismo y otras formas de delincuencia organizada parece justificarlo todo y junto con la libertad de expresión se pierde con frecuencia el derecho a una información veraz. Una política electoralista y prisionera del corto plazo, promueve un todo vale que incluye promesas demagógicas, acusaciones falsas, insultos, descalificaciones personales, falsos rumores o globos sonda. La corrupción instalada en el poder es una de las mayores fabricas de mentira, pues ella se construye por principio sobre la ocultación y el engaño, que persiste cuando es descubierta. Las explicaciones pueriles como “yo no lo sabía, de eso se encargaba mi marido, mi tesorero, mi secretario, mi madre, mi padre”, suponen una burla y un atentado a la inteligencia de los ciudadanos.


Pero en la confrontación política se ha creado un ambiente en el que las acusaciones mutuas, el “y tu más” o el “tú antes” son las armas dialécticas mas utilizadas. 


Cualquier deficiencia de uno es justificada por la del otro. En este relativismo intercambiable la objetividad se pierde: que el error de uno no justifica el del otro, y que “tu y yo lo hicimos mal”. Se construyen argumentarios para ocultar la deficiencia propia o para atribuirla al contrario. Es una política de tinta de calamar, de enredar y confundir. Es el relativismo de tu palabra contra la mía como si la existencia de perspectivas diferentes justificara la inexistencia de una objetividad.


Se ha implantado esa especie de monstruosidad intelectual llamada posverdad según la cual la objetividad se subordina a la emotividad. Una política de los sentimientos en la que éstos se erigen en razón prevalente de la decisión política. Así el sentimiento nacional, la dignidad del país, sea este América, España o Catalunya se justifica por si mismo y a él se subordinan otros valores e intereses como son el bienestar ciudadano, la educación o la sanidad publicas. La promesa de un mundo adánico, promueve un todo por la patria ante cuyo altar se pueden sacrificar la verdad e incluso el pensamiento.


Las políticas de la mentira están teniendo efectos devastadores sobre la propia política, cada vez más degradada y desprestigiada. Se extiende la desconfianza sobre la gestión pública, se la percibe al servicio de intereses particulares, sean estos de partido, de grupos económicos o de individuos. Al final damnificada es la democracia misma.


Sabemos que de manera descarada poderes públicos, incluso estados, dedican actividades y recursos económicos a la difusión de contenidos falsos, pero cuando estas conductas pasan a ser ejercidas por miles de personas a través de las redes sociales, me pregunto cuales son los efectos sobre los ciudadanos mismos, a corto o a largo plazo y en especial sobre las generaciones más jóvenes. Si a la confusión de estos tiempos cambiantes sumamos los intereses en confundir , ¿qué consecuencias puede tener sobre la cohesión social, la solidaridad y sobre las aspiraciones a un bienestar compartido? ¿Cómo se construirá en su subjetividad una moralidad individual y pública? ¿Cuántas conductas juveniles transgresoras alarmantes no responden a la desconfianza y a la desafección?

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