Leo en un diario de gran tirada la noticia de dos mujeres asesinadas por sus parejas. Los dos hechos vienen calificados como crímenes machistas. Los dos añaden al horror de todo homicidio, el de la manera como han sido ejecutados.
Sigo leyendo y me entero de que el segundo lo ha cometido el marido octogenario de la víctima, enferma de Alzheimer, que a continuación se ha suicidado después de dejar una carta en la que pide perdón a sus hijos. Se me ocurren algunas preguntas y muchas dudas. ¿Realmente se trata de dos crímenes machistas? ¿Qué define que un asesinato sea machista? ¿Todo crimen cometido por un hombre sobre una mujer es de esta índole? ¿Tienen sentido mis preguntas? ¿Vale de algo distinguir entre actos atroces? ¿Nos lleva a algún lugar intentar comprender las diversas causas o motivaciones de estos actos? ¿Estoy justificándolos si busco comprenderlos? ¿Influye en mi punto de vista mi pertenencia al género masculino?
Dejo de lado el primero de los dos casos donde, al menos aparentemente, la presencia del factor género es más evidente, pero si nos acercamos al segundo y leemos con más atención, quizás las cosas no sean tan claras. Es fácil imaginar la desesperación de un anciano ante el deterioro progresivo e irreversible de la que ha sido su compañera; la angustia de quien sabe que solo la muerte, primero mental, después del cuerpo, aliviará sus sufrimientos; las dificultades físicas para hacerse cargo de quien cada vez es más incapaz de realizar las tareas más simples de auto cuidado; la soledad ante el apagamiento de la vida psíquica del otro, del desvanecimiento de la comunicación hasta la perdida casi absoluta de su identidad; la suma del propio envejecimiento al desvalimiento del otro; el aislamiento en una cultura individualista que te exige valerte por ti mismo, y las limitaciones económicas que muchas veces no cubren los servicios públicos o lo hacen de manera insuficiente.
Es posible que en el crimen al que me refiero haya un componente machista. Se podría alegar que una mujer en la misma situación no lo hubiera hecho, que el hombre se siente poseedor en cuerpo y en alma de la mujer con el derecho a decidir sobre su vida y su muerte. Todo esto puede ser cierto, pero no es igual el hombre que se cree amo de su mujer y que por ello no puede soportar su libre decisión, que lo abandone o que elija una nueva pareja, hasta el punto de poner fin a la vida de ella, que aquel que no quiere asistir impotente al sufrimiento inexorable de ella o a la vida de soledad insufrible de él.
Creo que asistimos a una situación distinta que sugiere dilemas éticos de mayor calado.El director de cine Michael Haneke nos propone una profunda reflexión a partir de una situación similar en una película de 2012 que tituló provocativamente 'Amor'. En ella plantea este acto como eutanasia, como un acto amoroso.
No estamos acostumbrando a la tendencia a poner etiquetas simples a problemas complejos. De esta manera los contamos, hacemos estadísticas, correlacionamos algunos datos y proponemos soluciones. Con el tiempo seguimos observando como el problema se repite, y las soluciones que parecieron tan obvias no acabaron con él.Pasa con la violencia de género y con otras muchas violencias, con aspectos de salud, con el comportamientos de niños y adolescentes, con las conductas adictivas, trastornos alimentarios, fracasos escolares y muchos otros conflictos que parecen acompañar nuestro tiempo actual, aunque algunos de ellos habitan entre nosotros casi desde el comienzo de la humanidad. En el caso de la violencia de género describimos el fenómeno: hombre-agrede-mujer, pero la explicación, las causas, los contextos, sus diferencias quedan simplificados en su fórmula. Muchas personas trabajan en entender el problema, en evitar esta lacra y en paliar sus efectos protegiendo a las victimas, desde pensadores como filósofos, historiadores, antropólogos, sociólogos o psicólogos hasta trabajadores sociales, jueces o policías. Por esto es inquietante y desalentador el tratamiento público que en ocasiones se hace de hechos como el que trato.
Desde algunos sectores pareciera como si el hecho de buscar una explicación para comprender el problema tratara de eximir a los agresores de su responsabilidad. Esto no deja de ser una simplificación mas, pero como en otras cosas las formulaciones elementales son las que mejor calan en el imaginario colectivo y llegan a funcionar como slogans fáciles de entender y de seguir.
Así la fórmula hombre-agrede-mujer=violencia machista refleja una evidencia incuestionable, pero oculta las causas, las explicaciones y con ellas las dificultades para tratarla. Nada nos dice de las motivaciones conscientes o inconscientes, de la historia ancestral de un patriarcado que no solo ha colonizado las instituciones sino la subjetividad individual, tanto de hombres como de mujeres; de las resistencias internas de muchos de los poseedores de una cierta anatomía a perder un lugar en las relaciones sociales, familiares y sexuales fijadas desde milenios por el devenir histórico y cultural.
Explicar desde la complejidad no es justificar la persistencia de la barbarie ni del horror, ni tampoco refugiarse en ella para evitar la acción. Se han de hacer cosas pero no cualquier cosa. Es un conflicto ético, pero que no arreglaremos con adoctrinamientos. Es un conflicto que hunde sus raíces en la cultura y esta ha de cambiar. Ser hombre o mujer ya no es lo que era, ni lo será y esto no se arregla con una mano de pintura ni con barras o guiones que redupliquen el género gramatical de los discursos. Es un conflicto que exige cambios subjetivos, identitarios, que no los proporcionan los consejos de psicopredicadores ni los manuales de auto ayuda. Es un conflicto que necesita de los poderes públicos, pero que no se mueva de manera exclusiva en la dialéctica de victimas y verdugos. Seguramente se ha de ayudar a las víctimas y los verdugos han de recibir su castigo, pero esta es una parte ínfima del problema. Los responsables públicos deben de tener ideas a cerca de lo numerosos factores que están en juego y poseer teorías que articulen estas ideas con perspectivas de largo alcance. Si no, se dedicarán a poner paños calientes, improvisar soluciones al socaire de oportunidades electoralistas, o legislaciones ad hoc.
Para acabar y volver al caso que nos ocupa. Es importante separar los problemas y darles a cada uno su tratamiento. De nada sirve meter en el mismo saco problemas diferentes porque la apariencia es parecida. La ayuda a un anciano que acaba matando y matándose hubiera requerido más acompañamiento humano y profesional que escuche y comprenda su sufrimiento; más recursos para el cuidado físico de ella y, seguramente, de él, adecuados a cada momento de la evolución o agravamiento de su situación, y también saber que puede haber cuidados que aseguren una muerte digna cuando ya nada más se pueda hacer por la vida. Por último ese hombre merece el respeto a que su desesperación no sea tratada solo como un asesinato.
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