​El hombre: rostro y fantasma

Miquel Escudero

En su ensayo 'La sociología del cuerpo' (Siruela), el antropólogo francés David Le Breton insiste en que la existencia es, ante todo, corporal. Y califica al cuerpo como un miembro supernumerario del hombre, que produce significado. De este modo, el hombre sería un fantasma del cuerpo que busca su 'secreto perdido'.


No he podido por menos que recordar el libro de Julián Marías 'Antropología metafísica', en donde el filósofo español remarcaba que el cuerpo"funciona como una singular abreviatura de la realidad personal en su integridad". El cuerpo, proseguía, se concentra en la cara; "centro de organización de toda corporeidad". A su vez, la cara abrevia y resume en los ojos lo que es la persona. En los ojos "se concentra y refugia la personalidad".


Sinónimo de cara es rostro, voz que procede de 'rostrum': el pico de las aves, el hocico de un animal. Marías destacaba que el rostro es proa: muestra el avance del ser humano hacia su futuro biográfico. Mientras vive, el ser humano -a diferencia de un mineral- no está fijado, ni dado del todo. Está aconteciendo.


Julián Marías, que veía al hombre como una 'naturaleza en expansión', destacaba que gracias al rostro, la persona es visible, y por esto hay que disimular cuando se pretende esconderla. Estas observaciones son básicas, a mi entender, para orientarse de forma adecuada en las relaciones humanas.


Por su parte, David Le Breton -quien escribió hace unos años un elogio del caminar, viéndolo como una oportunidad para degustar la vida con placer- reitera en este nuevo escrito que el cuerpo es el resultado de una elaboración social. Por tanto, que lo que se denomina 'realidad objetiva' del cuerpo se corresponde con una construcción teórica. Tan personal es el secreto del cuerpo, antes aludido, que François Cheng ha referido que "todos los crímenes violan la carne de sus víctimas y las privan de su propia muerte"; el odio es reductor de raíz, y es brutal por más ideológico que se vista para justificarse.


Por su parte, nuestro cuerpo somatiza nuestros problemas y así se generan enfermedades, siempre particulares. No es el organismo el que está enfermo, concluye Le Breton, "sino la persona en la singularidad, también de su historia en un entorno social y cultural". 

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