Con respeto por los débiles y consciente de la importancia de lo que no se ve o no se dice, la catedrática en Historia Mercedes Vilanova se especializó en los métodos de las fuentes orales. Compuso en dos volúmenes un atlas electoral de la II República en Catalunya, y entrevistó, uno a uno, a analfabetos que nunca antes habían aceptado declarar. Llegó a la conclusión de que el boicot a las urnas por parte de la militancia anarcosindicalista no fue uniforme ni regular, como siempre se da por hecho: "La utilización conjunta de estadísticas y fuentes orales me permitió destruir un espejismo hipnotizador que ha actuado en las mentes de los historiadores hasta hoy".
Próxima a Pasqual Maragall e íntima amiga de Basi Mira, su madre, Mercedes Vilanova escribió hace diez años con Esther Tusquets 'Pasqual Maragall, el hombre y el político'. Este libro, ya impreso, solo pudo salir al avenirse las autoras, bajo diversas amenazas, a lo que quisieran los censores. Esta cacicada ocurrió en Barcelona, donde 'nadie' se quiso dar por enterado. Era el año 2008. Los 'amos' no solo recortaron párrafos, sino que añadieron nuevos. Con el zurcido, el texto perdió el equivalente a veinte páginas. Se destruyeron los diez mil ejemplares de esa primera edición fallida. Una infamia ‘coral’.
¿Por qué transigieron las autoras con esta vileza? Es probable que nunca se sepa, tampoco tienen que ser iguales los motivos de una y otra. Las razones que Mercedes Vilanova da en 'La palabra y el poder' (2016), no me resultan satisfactorias. Sugieren, pero nada más. En las páginas 200 y 201 de este libro se pueden leer unos párrafos en la versión inicial y en la de los censores. Es una vergüenza asombrosa y, lo que es peor, consentida. "No todos los días se guillotinan diez mil ejemplares porque las presiones de unos familiares (llámense Diana Garrigosa o Ernest Maragall) den miedo a un grupo editorial", dice Mercedes Vilanova.
Hay aquí una opacidad inaceptable, se habla de miedo: del grupo editorial y de las propias autoras. Todo es turbio y hay que hacerlo constar.
¿Estaría bien repetirlo, Tete, o depende de quien lo haga?
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