Las barbas del vecino

Lluís Rabell

Si los avatares de la pandemia – y de su lamentable gestión por parte de la Generalitat – no lo impiden, parece ser que Catalunya tendrá una cita con las urnas el próximo 4 de octubre. Contando con que el Tribunal Supremo certifique en septiembre la inhabilitación del president Torra, quizá sea la fecha con mayores consonancias épicas para el independentismo. Cabría pensar, pues, que los comicios están a la vuelta de la esquina. Sin embargo, en las actuales circunstancias dos meses representan toda una eternidad. Una eternidad repleta de incertidumbres, susceptibles de resolverse en muy distintos escenarios políticos. Dejemos las previsiones a los maestros de las artes adivinatorias y limitémonos a esbozar algunas grandes tendencias, ya en curso, que no dejarán de pesar sobre los acontecimientos.

 

El president de la Generalitat de Cataluña, Quim Torra, preside la reunión constitutiva del comité de expertos para la transformación del sistema público de salud, en el Palau de la Generalitat, Barcelona, Cataluña (España), a 16 de julio de 2020.


Primera incógnita que puede dar al traste con cualquier pronóstico: el alcance de los rebrotes epidémicos. La situación no está en absoluto bajo control. ¿Qué impacto tendría sobre la opinión pública un nuevo período de confinamiento, si acabase decretándose? ¿Qué consecuencias sobre una economía ya tambaleante? ¿Y qué lectura de responsabilidades políticas haría la ciudadanía? Pero hay muchas más variables, acumulándose como brumas que ocultan el horizonte. Nadie duda de que la capacidad de reacción frente a los impactos económicos y sociales de la Covid 19 se fragua en Europa. ¿Se verán coronados por el éxito los esfuerzos de Pedro Sánchez? ¿Lograrán desbloquearse los fondos mancomunados de reconstrucción, venciendo la oposición de los Estados "frugales"? Y, en ese caso, ¿habrá "letra pequeña" en los acuerdos comunitarios, condicionalidades que afecten a las políticas laborales, a los fondos agrícolas o a las pensiones? De los montantes que se desbloqueen, de sus ritmos y de sus características dependerá el margen de maniobra del gobierno de izquierdas para acometer unos presupuestos, en el marco de una brutal caída de ingresos y  del incremento de los gastos sociales derivados de la epidemia. Ese cuadro general – y sus efectos concretos, que ya serán perceptibles por la ciudadanía a principios de otoño – serán fuertes condicionantes de su comportamiento electoral. ¿En qué sentido?


Acaban de celebrarse elecciones autonómicas en Galicia y en Euskadi. A pesar de que esos comicios han estado marcados por sus propias particularidades, por sus tradiciones nacionales, por la experiencia de sus respectivas legislaturas – y, por lo tanto, cualquier extrapolación de sus resultados sería azarosa -, sí que podemos detectar ciertas tendencias generales que, con toda probabilidad, fluirán también por los surcos de la especificidad catalana. Unos surcos desalineados por el tosco arado del procés.


Es sabido que, en situaciones de desazón, acostumbran a manifestarse tendencias conservadoras en las sociedades, repliegues hacia lo conocido, que se presenta como una apuesta por la estabilidad. Las victorias del PNV y del PP gallego deben mucho sin duda a esa pulsión universal. Quizá más incluso que a la gestión de la que podían hacer gala los ejecutivos de esos partidos. Se tiende a votar más en relación a lo que se espera de una oferta electoral, asociada al poder, que al balance de su acción de gobierno. Ese mismo repliegue ante la incertidumbre acrecienta las opciones del nacionalismo. Tanto en Galicia como en Euskadi, se ha producido una victoria clara del nacionalismo, tanto en su vertiente más conservadora – PNV y PP, que ha sabido ocupar el espacio de una derecha galleguista - como en la más plebeya, encarnada respectivamente por EH Bildu y el BNG.


Sin embargo, el aspecto que merece mayor reflexión es el referente al voto de las izquierdas. La actuación de PSOE y UP desde el gobierno de coalición en Madrid no parece haber influido mayormente en el electorado. Aunque no habría que pensar que eso va ser igual en Catalunya: aquí, las opciones independentistas definirán sus perfiles en relación a una actitud más o menos beligerante o conciliadora ese gobierno y el Estado. Por otra parte, los efectos de la pandemia sobre las condiciones de vida de la población serán insoslayables tras el verano. En cualquier caso, hay dos rasgos de las elecciones del 12-J que vale la pena destacar por el nexo político que las vincula. La socialdemocracia, grosso modo, permanece estable sobre sus bases tradicionales. Pero hay que decir que en ningún momento se postulaba como alternativa a la derecha: en Galicia trataba de "dar un susto a Feijoo"; en Euskadi, pretendía revalidar el pacto con el PNV desde una digna posición subalterna. En el fondo, la izquierda hegemónica en España, aunque no pueda confesarlo, sigue pensando que el liderazgo de las nacionalidades periféricas corresponde de modo casi natural a formaciones nacionalistas. La experiencia de los gobiernos del PSOE y del PP en relación al nacionalismo vasco y catalán parece avalar esa idea. Y la dualidad de voto que se produce en esos territorios entre las elecciones generales – más propicias a las izquierdas de implantación estatal - y las convocatorias autonómicas, conforta también ese sentimiento... así como la renuncia política que conlleva. La invocación de un cierto pragmatismo del electorado, que evitaría una excesiva concentración de poder en manos de una misma fuerza política, sirve en cierto modo de coartada a la ausencia de una oferta política progresista, un proyecto federal de España, capaz de dar acomodo a su diversidad nacional. Pero, si hay un trecho entre el federalismo congresual del PSOE y sus apuestas prácticas a la hora de dirimir el poder regional, no menos preocupante resulta el papel de Podemos.


Mucho se ha escrito acerca del batacazo electoral de la izquierda alternativa. Sin duda, diversos factores han contribuido a su fracaso. Las divisiones internas, constantes en Galicia, y la poca solvencia en las instituciones han favorecido un espectacular trasvase de votos hacia el BNG o la izquierda abertzale – que se han proyectado como formaciones más serias y organizadas. Juan Carlos Monedero lamentaba que Podemos no hubiese consagrado suficientes esfuerzos a construir un partido – desde luego, ninguna opción es sólida si carece de organización, de presencia en territorios, sindicatos y movimientos -, pero puntualizaba que la izquierda alternativa había podemizado al BNG y a Bildu. Quien no se consuela es porque no quiere. La verdad es que Podemos no ha opuesto ninguna alternativa de izquierdas en el terreno nacional a esas fuerzas... que, antes al contrario, siempre ha tendido a cortejar. El tránsito de los votantes de un espacio a otro ha sido tan masivo como predecible. Nadie ha sido podemizado. El nacionalismo de acento social, con mayor coherencia y mejor organización, ha llenado de operatividad militante un espacio político sobre el que Podemos sólo había proyectado un tedioso "significante vacío".


Atención a lo que pueda ocurrir en Catalunya, con un conflicto territorial de envergadura abierto. El resultado electoral puede verse marcado por una combinación de factores de intensidad impredecible. ¿Hasta qué punto pesarán en el ánimo del electorado soberanista el descrédito del Govern y las inacabables disputas entre ERC y las sucesivas reconfiguraciones de la galaxia convergente? ¿Qué reflejo electoral tendrá la crisis social? ¿Alejará a las clases populares de las urnas... o propiciará votos encolerizados que lleven incluso a Vox al Parlament? El PSC no debería confiarse en que la conjunción del mala gestión de Torra, la aureola del gobierno progresista y la descomposición de C's lleven automáticamente un raudal de votos al caladero socialista. Puede darse la paradoja de que, en medio de luchas fratricidas y de un ánimo general decaído, el independentismo revalide o incluso amplíe su mayoría. Toda la situación, nacional y europea, mantendrá vivos el malestar y la angustia de las clases medias, que necesitarán aferrarse a una perspectiva, aunque sea una ensoñación. Y a ello se añadirá el doloroso empobrecimiento de amplias capas populares. Nada está decidido de antemano por cuanto se refiere a un claro avance del PSC. Su referencia al federalismo es su gran baza; el realismo de su discurso en un contexto social que devendrá convulso, tal vez el flanco más delicado. La izquierda catalana debe "hablar bien" del gobierno de Pedro Sánchez, debe sostenerlo y empujarlo cuando sea necesario; pero siempre desde la consciencia de los estrechos márgenes en que podrá moverse en el actual contexto de la UE. No será fácil explicar esa realidad. Queda mucho trecho por andar aún en la vía de la transformación federal del proyecto europeo. Antes de que se produzca un giro social decisivo en su seno, es muy posible que tengamos que inspirarnos en Tsipras, y no en Varoufakis.


Pero, más complicado lo tiene el espacio de los comunes. ¡Ojo a las barbas del vecino! No bastará con hablar de lo bello, justo y verde que es el país con el que sueña la izquierda alternativa. A la hora de proyectar imágenes idílicas, ERC es capaz de ganar a cualquiera. Cuidado, no vayamos a podemizar a Junqueras. Cada elección tiene una pregunta clave a la que hay que responder y en torno a la cual se declinan los programas y se verifica su coherencia. En esos próximos comicios, la cuestión será optar por una nueva entrega del procés, tal vez teñida de pragmatismo... o por una mayoría vertebrada en torno a una renuncia inequívoca a la confrontación, a un esfuerzo de mejora del autogobierno y a un proyecto de reconstrucción, en connivencia con el gobierno progresista de Madrid. Sin una respuesta clara al respecto, sin un horizonte propio, necesariamente federal, la izquierda alternativa corre, aquí también, el peligro de ser satelizada por la fuerza gravitatoria del nacionalismo. Y ya hemos visto que, ante la ambigüedad política y la falta de arraigo, el nacionalismo puede convertirse en un auténtico agujero negro.

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