Lamentablemente uno no es una gallina que pueda mostrar un huevo diario para justificar la existencia; /Comimos un asado cocinado a fuerza de miradas; /Soy esa estatua que, durante siglos inmóvil, cobra conciencia de la liberación de su movilidad. Pero decide quedarse quieta unos minutos más...; /En la risa, a cualquier edad y por un instante, recuperas la infancia.
DE AFORISMOS DESAFORADOS de Julio Barriga
Aprendimos con Lawrence Durrell y su “Cuarteto de Alejandría”, que el “poeta de la ciudad”, del puerto a orillas del mediterráneo que albergó una de las fuentes de la sabiduría de la antigüedad en su biblioteca, que arrasaron las llamas, era el autor de una centena de poemas universales y fundamentales, Constantino Cavafis. Este deambulaba por la ciudad fundada por Alejandro Magno como un alma en pena pasional, buscando amores pasajeros prohibidos. Y dejó una huella universal que ha marcado a generaciones enteras. Su espíritu poético alcanza cimas negadas a tantos otros autores que fueron sus contemporáneos, revelando genio y hermosura literaria, además de sensualidad.
Caso similar, sin tanta atracción como la tiene el alejandrino, sería el caso de Joao Salvat-Papasseit, en relación con los ilustres bajos fondos, y muelles de Barcelona. El autor de “Levar Fusta al Moll” fatigaba a diario la callecita que baja desde la vía Layetana hasta Santa María del Mar -vivía a pocos pasos de ese monumento al gótico catalán- y habría empapado el barrio emblemático que alberga grandes Picassos en su museo único, de una estela de poesía nacida de una visión vitalista con raíces anarquistas.
En Cuba, si quisiéramos encontrar el equivalente a otro “poeta de la ciudad”, pensaríamos en José Lezama Lima. El prodigioso autor de “Paradiso”, quien vivió a unos pasos del célebre Paseo del Prado en la Habana, creó una suerte de halo mítico entre su visión barroca, refínadísima y un tanto hermética, y la picaresca propia de un territorio de vitalidad y júbilo caribe. En esa estela habría de transitar también el brillante autor de los “Tres Tristes Tigres”, y de “La Habana para un infante Difunto”, Guillermo Cabrera Infante.
Ya en México se me ocurriría pensar en épocas pasadas primero y a bote pronto, en un poeta ejemplar de esa “Ciudad de los Palacios”, como bautizó el Barón de Von Humboldt a la que fue la capital de la Nueva España. Pienso en El Duque Job, uno de los seudónimos de Manuel Gutiérrez Nájera. Es célebre uno de los poemas que habría escrito en el Jockey Club de aquella época, el Sanborns de los Azulejos de Plateros, hoy avenida Madero. Y en contrapartida más cercana, pensaría en Efrain Huerta. Su visión poética crítica en su célebre poema “Avenida Juárez” le confiere un sello único en busca del alma citadina, equivalente al mejor Novo y a Monsiváis en la prosa.
Este largo prolegómeno ha sido necesario redactarlo para fundamentar el tardío hallazgo de un horizonte literario prometedor. La palabra es equívoca y antipática, pero he “descubierto” a un poeta que concibe una poesía binaria, culterana y coloquial. Los dos lados de una moneda verbal siempre en vuelo de altos aires. Julio Barriga es el poeta de Tarija. Vive y deslíe ataduras pequeñoburguesas y botellas de formidables vinos en esa ciudad casi fronteriza de Bolivia con Argentina, a pocos kilómetros de uno de los espacios geográficos donde ocurrió la infamia histórica de la desgarradora e inútil guerra del Chaco.
Ya Octavio Paz para hablar de Pessoa decía que la biografía de un poeta la encontramos en sus textos y ello se aplica bien a este intelectual de adopción Tarijeña que no funge de autoridad académica --posee suficientes Honoris Causa simbólicos, de calle, mesa, bar y pan, como para no codiciar galardones — y prefiere esparcir su pensamiento crítico a la usanza de Ramón Gómez de la Serna, en unas “Greguerias” a modo que llamó “Aforismos desaforados”—. Si caemos en la antipatía de querer dar equivalencias (como hacemos quienes no conocemos suficientemente la obra de un autor de la sana ironía de Barriga), podríamos decir que es un poeta que en alguna de sus vertientes recordaría al gran gaúcho brasileiro que fue Mario Quintana, al argentino Oliverio Girondo, al chileno Nicanor Parra y al mexicano Jaime Sabines. Estirpe compartida en clave coloquial y más directa de lo que lo harían el barroquismo y hermetismo de Lezama Lima o de Sarduy.
Julio Barriga - Edmundo Font
La lengua de Barriga es afilada pero nunca bífida. Su crítica es un escalpelo que corta sin paliativos, ni de modo disimulado; con una visión rigurosa denuncia sin alharacas y advierte que hacernos tontos con socializaciones correctamente políticas no lleva más que a un auto engaño de dobleces que el disecciona con imágenes puntuales, precisas, humorísticas, subversivas, un tanto a la manera de los surrealistas o de escritores tan descarnados como Sanchéz Ferlosio, Celine, o Pavese.
Dos queridos amigos bolivianos, maestros de excelencia ambos, uno en la pintura, Gastón Ugalde, y el otro en la arquitectura, Carlos Villagómez, me dijeron, en una noche de buenos Tannat de Tarija, que en esa ciudad que goza de fama de gente feliz, que allí vivía un imperdible escritor, y que bien valía la pena hacer un viaje para encontrarlo. Y emprendí el periplo que pasa por Cochabamba (nombre musical como pocos). No fue fácil encontrar una librería con su obra. Tanto como en mi ciudad natal,Tampico, donde la cultura es un bien precioso que brilla por su ausencia y su promoción es casi nula, Tarija no se destaca tampoco por tener esos establecimientos, con olores a gomas de encuadernación, de más rara existencia cada día: objetos de una actual dimensión desconocida, esos paralelepípedos de tinta impresa y de papel.
A las pocas horas de llegar a Tarija pude dar con “el poeta de la ciudad”. Allí se respira un clima de puerto sin mar, como en Sevilla, y se ama tanto a la Andalucía de Lorca, de Rejano, de Cernuda, y de Alberti, que su río se llama Guadalquivir y las bellas mozas con “duende” parece que anduvieran sonando castañuelas, y sonriendo a la menor provocación de lo festivo. Ya en el aeropuerto de la región de espléndidos vinos nos recibe una leyenda que habla por sí sola de lo que nos espera: “Quién viene a Tarija y no bebe vino, ¿a qué vino?”.
Don Julio Barriga, Maestro de sanas irreverencias, sin pelos en la lengua -0jo, no soporta que le llamen con voces grandilocuentes- se acercó generosamente hasta el restaurante de carnes gauchas al que le invité, animado por la risa inteligente y consejos ad-hoc de una sirena tarijeña de tierra adentro, experta en vinos. La velada fue memorable. Don Julio desplegó su ironía con elegancia de bohemio congénere de los poetas franceses de los tiempos de Mallarme, matizada por su cercanía al trópico de Capricornio. El encuentro se desdobló en un paseo a los viñedos de los Kohlberg. Los propietarios de esa formidable casa de grandes caldos nos recibieron en su cava abriendo botellas memorables. Aproveché para proponerles que pensaran en un concurso de poesía con el tema de los jugos mágicos de Dionisio que llevara el nombre del “Poeta de la Ciudad”, de Julio Barriga, claro.
La sorpresa que depara conocer la obra de un autor de profundo calado humano y enfoque riguroso que desmenuza las miserias y la grandeza de la vida cotidiana y sus símbolos -uno de sus libros está dedicado a la cantante Ami Winehouse- debe traducirse en un empeño de divulgación más amplió. “Y ahora recuerdo que ya nuestro gran pintor Alberto Gironella habría encontrado su musa en Madona”.
Me avergüenza no haber conocido antes a uno de los escritores de mi generación en Latinoamérica con mayor densidad poética y personalidad multifacética. Julio Barriga transita de la dimensión libertaria y contestaría de su visión del mundo, a la generosidad de haber llegado a donar un órgano de su cuerpo por solidaridad fraterna. Hablamos de un ser de controversias y siempre en rebeldía, practicante de oficios mundanos que sin duda han alimentado la médula irónica de su columna vertebral de literato, para denunciar bellezas y miserias.
Es una laguna, del tamaño del lago Titicaca, nuestro desconocimiento de la obra de Julio Barriga en Hispanoamérica y lo digo por México, como una asignatura que debería llevarnos a publicarlo por entero. De allí que propondré editar una antología que prepararía en diálogo cruzado con Julio Barriga.
Y concluyo estas líneas con uno de sus textos emblemáticos:
UNO QUE NO SE COMPADECE
de su propia soledad, deberá
acogerse a ese hecho
en formación que es Tarija
bajo los grandes volúmenes viajeros
de las nubes preñadas de tormenta
midiendo la avenida
a paso de desesperanza
pedaleando a contrarruta
por donde sin cuenta mil collas han ido
al Chaco a morir desnudos de Kaki.
Poseído por una belleza inefable
a la que quizá debo sucumbir:
visiones de extraña lontananza
entre la ciudad que se va alejando
cuanto más quieres acercarte
a gente guardando cosas en bolsa nylon
como si fueran para siempre.
Siento que para mi ha dado el crepúsculo
se me cuelga la máquina, no tengo
memoria disponible.
Nos hemos limpiado el culo
con nuestro cerebro.
Gente siempre deslizándose
hacia algún abismo.
Al final, el crisol de la tiniebla
esclarecerá nuestra existencia.
Volver a pasar por esa esquina
por donde has pasado miles de veces
y esperas pasar después de muerto
en vano tratas de interponer
entre la fatalidad y tu muros y distancias
además todos esos paredones
donde afusilar tus pensamientos.
Los ruidos del silencio.
Los héroes del bochinche.
Palabras con que el deseo trata
de exorcizar su dolor, su soledad.
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