Como manda el protocolo

Antonio Soler
Psicólogo y psicoanalista

Si a usted se le rompe una pierna o se le incendia la casa, si una contusión le lleva a un servicio de urgencias o si presenta una denuncia a la policía, tal vez no lo sepa pero acaba de entrar en un protocolo. Es posible que asocie la palabra a normas de comportamiento de la realeza o de las relaciones diplomáticas, a sus rituales y ceremonias. Por ello puede quedar sorprendido, si al reclamar por lo que considera un error médico o una actuación incomprensible de un servicio público, le contesten, a modo de justificación, que se ha aplicado el protocolo.


En este momento una gran cantidad de actividades están regidas y ordenadas por secuencias de actuaciones preestablecidas que se suponen que son las respuestas más eficaces y efectivas para atender o resolver una situación. La finalidad de los protocolos consiste en disponer de una guía que prevea el desarrollo de una eventualidad, las posibles derivaciones de la misma, y la aplicación de medidas de eficacia comprobada mediante estadísticas, de manera tal que se eviten las dudas, las improvisaciones y con ello se puedan dar las repuestas más adecuadas. En el fondo lo que subyace es la necesidad de evitar el pensamiento, y con ello la indecisión sobre lo que está ocurriendo y sustituirlo por un manual predeterminado validado por la estadística.


Se entiende que los servicios de extinción de incendios, los transportes de accidentados, o las atenciones sanitarias de urgencia organicen mediante protocolos sus intervenciones. Son emergencias que requieren rapidez de reacción y los protocolos economizan tiempo y, con ello, dinero.


En todas estas ocasiones el protocolo es un instrumento al servicio de la situación que se ha de resolver. ¿Qué ocurre cuando la situación no se resuelve o se complica? ¿Es válido justificar estos resultados diciendo que se ha aplicado el protocolo? Es como decir “nosotros hemos hecho lo que tocaba, si la cosa no ha salido bien es porque la realidad no ha conseguido adecuarse al protocolo”. Si la autoridad competente ha aplicado el protocolo y el barco sigue perdiendo fuel es porque el barco no se somete al protocolo. Si su enfermedad no remite es porque usted es un enfermo no protocolizado.


La lógica exigiría que el instrumento resuelva el problema no que éste se adecue al instrumento. Pero con excesiva frecuencia vemos a responsables de la administración, políticos o técnicos, aferrados a este tipo de justificación sin la menor capacidad para hacer servir un pensamiento crítico, como si la verdad también pudiera ser estandarizada.


Además ocurre que la aplicación de esta metodología se está extendiendo a áreas cada vez más amplias y a situaciones de más complejidad en la sanidad, en los servicios sociales o en la educación.


¿Todos los problemas pueden abordarse mediante estos procedimientos? ¿Se pueden aplicar de igual manera a una crisis ecológica o a una epidemia que al maltrato familiar o al acoso escolar? ¿Es lo mismo atender una oclusión intestinal que el autismo? Si se trata de guías de intervención estandarizadas y validadas estadísticamente, ¿hasta dónde sirve esta generalización?


Sus limitaciones comienzan cuando la problemática a tratar es más individualizada, tiene un carácter más cualitativo que cuantitativo y sobre todo cuando predominan los aspectos subjetivos. En estas situaciones, el uso generalizado de protocolos puede dejar fuera del campo de atención o de intervención determinantes fundamentales que no son fácilmente cuantificables u objetivables. O, lo que a veces es peor, se superpone a situaciones, que ya de por sí son dolorosas, un dispositivo operativo que dificulta la escucha y con ello aumenta el dolor. Lo que le está ocurriendo a una persona pasa a ser definido desde unos parámetros externos. Los llamados indicadores se hacen explicativos de la situación y los factores de riesgo justificantes de la intervención. No se trata de restar importancia a los signos de una situación que puede ser grave o peligrosa o pueda llegar a serlo. Lo que está en cuestión es la despersonalización de la observación y de la intervención. La generalización hace que sean tratados de la misma manera problemas que pueden ser muy diferentes, como si todas las situaciones de maltrato fueran igual; cualquier rencilla escolar, un acoso, o todas las llamadas fibromialgias tuvieran un origen idéntico, y por tanto un abordaje único.


Asistimos a un proceso que en aras de economizar tiempo, dinero o formación de profesionales, se simplifican las explicaciones, el análisis de las causas se sustituye por el pragmatismo de los resultados, la acción se adelanta al pensamiento. Con ello, se va imponiendo una nueva manera de pensar la vida y las relaciones entre las personas, consistente en un aplanamiento de lo complejo y una devaluación de la subjetividad. El individuo se va reduciendo a sus fenómenos, a su imagen o a sus acciones, y antes de que se manifieste el conflicto ya tenemos un protocolo dispuesto a eliminar sus síntomas.           

Sin comentarios

Escribe tu comentario




He leído y acepto la política de privacidad

No está permitido verter comentarios contrarios a la ley o injuriantes. Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.



Más autores

La normalidad es rara