No puede uno pedirles a los que tienen el poder --político, económico, fáctico-- que sean poetas. En general la poesía no ha casado casi nunca muy bien con el poder; los poetas, algo más: todo régimen tiene su corte que incluye consejeros áulicos, intelectuales orgánicos, artistas palaciegos y, naturalmente, poetas. Pero la poesía siempre ha despertado sospechas cuando no burlas o cosas peores.
Para nuestros próceres educados en las escuelas de negocios o que han hecho prácticas en los despachos de algunos partidos políticos, los poetas son gente mas bien inútil que dedica parte de su tiempo a decir cosas que no se entienden, a trastornar las palabras para hacerles decir cosas incomprensibles; titiriteros ambulantes sin oficio ni beneficio que pueden, eso sí, distraerles un rato; cómicos que subidos a un estrado se dedican a lanzarles improperios, a criticar conductas o maneras de pensar; peliculeros pesados que de tanto en tanto les recuerdan que tuvimos una guerra; pintores que emborronan lienzos... Son individuos a los que no quisieran ver casados con sus hijas. La creación, la creación poética en este caso, puede ser un entretenimiento, una distracción para festivales de verano, excusa para unas copas con amigos, pero nada serio; eso, un devaneo estival sin demasiadas consecuencias para el resto del año.
Cuando digo poesía no me refiero solo a poemas. Hablo de creación, de la capacidad, solo humana, de construir nuevas realidades mediante el lenguaje --escrito, sonoro, plástico, cinematográfico, etcétera--, de hacer decir a las palabras más de lo que dicen, de construir ideas y pensamiento nuevo y original. En la situación actual, con una crisis social y política, pero que esta modificando valores, modos de pensar la realidad e, incluso, la propia estructura mental, esperaríamos de los lideres una capacidad de construcción de pensamiento que permita abordar creativamente, con ideas originales, los nuevos problemas o conflictos hasta hace poco insospechados.
Esperaríamos que leyeran lo que otros han escrito sobre el mundo que nos rodea, que conozcan la historia para entender el presente, que encuentren en la cultura las respuestas que la humanidad se ha dado a las cuestiones que ella misma se ha planteado. Necesitamos constructores de civilidad y para ello en sus cabezas debe de haber una idea de cívitas que vaya mas allá del interés de corto plazo, partidista, particular, cuando no personal o corrupto.
Es necesario un pensamiento vivo, pero no vivales, ágil, pero no improvisado, que escuche y analice la realidad y no solo las encuestas. Necesitamos mas pensadores que vendedores ambulantes de promesas a bajo precio, dispuestos a darnos dos por el precio de uno, porque saben que a continuación, si les conviene, nos darán uno por el precio de dos y se excusarán diciendo que les falló la comunicación o que descontextualizamos sus palabras. Por eso es descorazonador ver cómo el lenguaje público, se dedica con ahínco al desarme de la función creadora del lenguaje. No quiero generalizar: hay pensamiento, destellos de ingenio o argumentaciones sólidas en algunos de los discursos. Pero escuchar el discurso político publicitado, sobre todo en la TV, lleva a menudo a considerar que pensamiento político es un oxímoron.
Pareciera como si la función creadora del lenguaje hubiera desaparecido. Se repiten expresiones o frases hechas que alguien en su momento recogió como ingeniosas y ya todos se ponen a pasar páginas, cambiar de pantalla o poner en valor. A otro le ha parecido de una sutileza intelectual clamorosa, que define una gran astucia estratégica, diferenciar entre un paso a delante y un paso al lado. Las palabras de esta manera no descubren, se hacen encubridoras, con una desfachatez que irrita. Una ministra llama “movilidad exterior” a la emigración de jóvenes universitarios o profesionales que aquí no encuentran trabajo. Otra, al pago de los servicios prestados por un corrupto, lo denomina “indemnización en diferido" o "simulada" mediante un acuerdo "entre las partes".
Hay denominaciones que cambian en función de la estrategia del momento así el derecho a decidir se trasviste en referéndum por la independencia y, tras unas elecciones no muy propicias a la causa, de nuevo en derecho a decidir. Ahora no se por donde van. Ante tanto juegos de manos con truco a la vista, ante “esto que veis en realidad no lo veis, pero lo veis”, no es de extrañar que se pueda decir todo, lo uno y lo contrario, sin que pase nada. Bueno, sí, algo pasa: el empobrecimiento colectivo del lenguaje y del pensamiento.
Esto permite decir a quien debería ser sabio, cosas del estilo de “un vaso es un vaso y un plato es un plato”. ¡Pobre Magritte, él que nos había descubierto que una pipa puede no ser una pipa! Pero nuestro presidente es un hombre sencillo que no ha descubierto que el lenguaje es siempre metáfora. Ellos se creen inteligentes o cultos cuando repiten alguna frase ingeniosa escuchada por ahí, o citan un poema que no leyeron, cuando se aferran a alguna analogía de supuesta calidad poética y nos marean a golpes de timón, singladuras, rumbos, bordas, porque la mar viste, y si es la Mediterránea más.
Permitidme una reivindicación casi personal. Desde que Llach sinfonizó el poema de Cavafis, Ítaca ha devenido en símbolo de no se cuantas cosas. ¿De dónde viene esa apropiación de Ítaca como símbolo patriótico? ¿En qué lugar leyeron que Ítaca represente la utopía de un mundo futuro y feliz? Tanto el poema de Homero, como el de Cavafis pueden tener numerosas lecturas, de ahí que sean clásicos.
Evidentemente cada cual es libre de dar a las palabras el uso que quiera --sobre eso escribo-- , pero a mi, amante de la poesía y de los dos poemas que tratan de la isla jónica, me parece se trata de un uso indebido y ramplón de dos obras bellísimas y repletas de significaciones. Estaba a punto de caer en mi propia trampa y ofreceros algunas de las que tienen para mí. Pero, no, es mejor que los leáis o las volváis a leer.
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