Leo en algún artículo de divulgación que las terapias, especialmente las de orientación psicoanalítica, culpabilizan a las personas que tratan al hacerles causantes de sus propios males; así, aducen, sus pacientes además del padecimiento por sus síntomas, han de sufrir la culpa por creer que ellos mismos se los provocan. Contraponen a esas terapias las concepciones biologicistas que consideran el sufrimiento psíquico como síntoma de una enfermedad orgánica, de un desequilibrio fisiológico, ajeno a la experiencia vital y relacional de las personas y, por ello, tratable únicamente con una medicación que restablezca el equilibrio perdido. Nadie, dicen, es responsable del sus secreciones internas. Una vez más nos encontramos con la existencia de dos maneras confrontadas de concebir el sufrimiento mental.
Los que ejercemos como psicoterapeutas con orientación psicoanalítica vivimos y comprobamos diariamente en el dolor de las persona que atendemos la presencia, en la actualidad, de las influencias de las relaciones que mantuvieron con los personajes relevantes de su historia.
Pero quisiera volver al comienzo para hablar de causa, responsabilidad y culpa en el propio padecimiento. Depende de cómo consideremos que se construye el psiquismo humano nos situaremos en una o en otra posición.
Podemos pensar que las características subjetivas de una persona vienen dadas exclusivamente por su genética o que su desarrollo se produce desde pautas prefijadas, como la germinación de una semilla hasta convertirse en planta, pero si hasta una planta se desarrolla de manera distinta según el tipo de terreno, el agua que recibe o el tiempo de exposición al sol, también podemos pensar, que la familia en la que una persona vio la luz, la manera de ser educada, la libertad de la que dispuso, las prohibiciones y obligaciones que se le impusieron, el amor con que la trataron o las carencias que sufrió, han podido modelar las características de su personalidad, su manera de vivir de disfrutar y se sufrir.
Es imaginable que si algunas de estas influencias fueron contradictoria con otras, se pudo instalar en el interior de su psiquismo conflictos difíciles de resolver. Sobre todo porque se instalaron cuando se estaba conformando la subjetividad de la persona, en la infancia, una época en la que las posibilidades de usar las palabras y el pensamiento no permitían tener conciencia de ellos.
De esta manera pensamos, sentimos, amamos siguiendo pautas que nos son desconocidas, aunque creamos que las conocemos, y que solo de vez en cuando podemos vislumbrarlas. Nos habitan conflictos de los que no somos conscientes o solo somos conscientes de sus efectos dolorosos.
¿Quiere decir esto que aquellos que nos educaron, quienes nos cuidaron con sus abrazos, nos corrigieron con sus reprimendas son culpables de cómo somos? La mayoría de las veces los padres no eligieron la manera de tratarnos, también ellos siguieron pautas que asimilaron inconscientemente. Y si fueron conscientes la mayoría de las veces creyeron que esa era la mejor manera de educar. Es cierto que los padres o las personas encargadas de la educación pueden haber generado las causas de un conflicto doloroso. Forma parte de los tópicos atribuidos al psicoanálisis el de considerar que “la culpa es de los padres”. De esta manera algunas personas se sacuden su responsabilidad como otros lo pueden hacer atribuyendo sus problemas a las hormonas, las enzimas, el clima o su signo zodiacal. Pero que no hay que confundir causa con culpa. La culpa es un concepto moral o legal que implica intencionalidad consciente. Algo distinto es el sentimiento de culpa: cualquier persona puede sentirse culpable por muchos motivos: por algo que ha hecho o dejado de hacer, por un pensamiento, un deseo o un sueño, por cualquier cosa de la realidad o de su imaginación.
“Ya sé que me lo provoco yo”. “No soy capaz de resolver mis problemas”. “Tendría que ser más fuerte y saberlos afrontar” son expresiones que pueden proferir algunas personas en el proceso psicoterapéutico.
Sentirse culpable por saberse causa de algo es una posibilidad del funcionamiento psíquico pero no tiene por qué ser efecto de la psicoterapia la cual trabaja para el auto conocimiento y el conocimiento de las condiciones del propio malestar.
Entender las causas consciente o inconscientes de un malestar; poder pensar en las leyes ocultas a las que obedecemos o los deseos que sin saber intentamos satisfacer; entender el lugar que tuvieron quienes nos criaron en lo que somos y en lo que sufrimos en la actualidad, nos permite apropiarnos de nosotros mismos, diferenciar lo que deseamos de lo que nos han hecho desear, poder elegir. La psicoterapia así entendida nos devuelve libertad nos hace más dueños de nosotros mismos y por tanto más responsables, acerca nuestro destino a nuestro interés. Confrontarnos con nuestra responsabilidad no es equivalente a cargar con la culpa de nuestros padecimientos, sino a hacernos protagonistas de nuestra liberación. Lo que es contrario a una psicoterapia es el engaño consistente en conformarnos en la condena de las causas (“la culpa es de ellos”); o “echar balones fuera”, hacia la biología, el zodiaco o el clima.
Que seamos más responsables de nosotros mismos quiere decir que tenemos más capacidad de respuesta. Podemos buscar nuestro bienestar -o nuestro malestar- en nuestras condiciones de vida, en las relaciones que mantenemos, en las dependencias afectivas a las que nos sometemos o de las nos liberamos, en las rutinas de las que no nos atrevemos a prescindir. Una terapia no te obliga a ser lo que no quieres ser, te brinda la posibilidad de acercarte a lo que quieres ser.
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