Me consultan unos padres preocupados por su hijo. Le ven malhumorado, irritable, "no habla, gruñe", dicen. Estudia, pero con desgana. En realidad parece que todo le cuesta. Esta manera de responder le crea problemas en la escuela y con frecuencia no sale al patio porque le han castigado. No advierten motivos para su infelicidad. Me parece que el chico se lo está pasando mal y que tal vez necesite que se le eche una mano.
Les propongo ver a Aitor para intentar entender qué le pasa y qué tipo de ayuda necesita. Buscamos un horario a la salida de la escuela para mantener unas cuantas entrevistas. El lunes es imposible, va a natación y antes de las ocho no podría venir y además sale muy cansado. El martes viene una estudiante a darle repaso y acaba a las siete. Ese día la madre trabaja, él y su hermana están con la abuela, pero ésta tiene que acompañar a la niña a música, así que, para no dejarle solo salen los tres con el consiguiente enfado de Aitor, que preferiría quedarse un rato sólo en casa y jugar con la consola. Además durante esa hora de espera en la escuela de música aprovecha para hacer los deberes, porque entre una cosa y otra "tiempo para hacerlos no tiene mucho".
El miércoles tiene entreno de fútbol que le ocupa toda la tarde, como es una extra escolar varios padres de la AMPA se turnan para acompañar a los niños a sus casas. El jueves hace catequesis, se prepara para la primera comunión. Cuando sale se queda un rato jugando con los amigos hasta que llega la madre o la tía a recogerle. La madre está apuntada a una ETT y a esas horas le suelen llamar para que ayude a acostar a ancianos. La tía le lleva a inglés y la madre le recoge. El viernes a media tarde van toda la familia a un centro comercial. Hacen la compra, toman una pizza juntos y, en ocasiones van al cine. Ese día podría venir antes, pero en la escuela le han dicho que a Aitor le convendría hacer logopedia ("a veces no se le entiende bien lo que dice") y han pensado que podrían aprovechar esa hora.
Les digo, con un cierto temor a hacer competencia desleal, que quizás la manera de hablar del chico pueda tener que ver con algo por lo que me consultan y les propongo que le traigan a esa hora y que si, tras conocerle, veo que las dificultades de lenguaje requieren la atención de un logopeda, se lo diré y veremos como coordinar horarios. De paso me dicen que algunos viernes se ha de acostar pronto porque al día siguiente tiene partido. Juega casi todos los fines de semana, el sábado o el domingo, y es el padre quien le acompaña y así esta más tiempo con él porque "los días laborables prácticamente no le ve".
Al final consigo ver a Aitor. Efectivamente está enfadado. Le pregunto si sabe quién soy y por qué le han traído. Es información que siempre indico a los padres que le den a los chicos antes de venir. Hace un gesto ambiguo de cabeza y hombros que lo mismo puede querer decir que sí, que no, o que le importa un pimiento. Le doy la explicación que supongo que los padres no le han dado, y me dice: "sí me han dicho que vendré a unas clases porque siempre estoy enfadado, que haré dibujos y juegos". Le pregunto si él piensa que está enfadado y por el posible motivo pero responde con el mismo gesto ambiguo y desganado. Le propongo que dibuje algo. Hace un animal que ocupa toda la página, tiene la boca abierta y al acabar rellena la figura con trazos negros y vigorosos. Me dice que es "una mascota" pero más bien parece una fiera dispuesta a devorar algo.
Aitor no existe. Es el nombre que le he dado a un pequeño paciente que resume problemas, situaciones, frases y expresiones característicos de un malestar de la infancia. Se trata de niños que van de aquí para allá zarandeados por imposibles horarios familiares y actividades extra escolares que responden mitad a la necesidad de tenerlos colocados, mitad a la expectativa de los padres de que reciban una formación complementaria que les dé instrumentos para enfrentarse a una vida que cada vez perciben como más exigente. Los niños van haciéndose una agenda por la que reparten judo, básquet, danza, modelado, dibujo, idiomas, refuerzo escolar, ludoteca, música, psicoterapia, ortodoncia, etc. Los padres, ocupados con sus propios horarios laborales, necesitan la colaboración de abuelos, familiares y otros padres para cubrir la actividades de los hijos. La vida comienza desde temprano a percibirse como un apretado programa en el que en el juego pasa a ser una actividad obligada por necesidades que los chicos no llegan a entender. No juegan, entrenan. En ocasiones para no jugar, porque al entrenador así le parece: "juego de banquillo" me dijo uno de estos niños.
Hay algo de tierna dureza en las actitudes de estos padres. No todo se trata de colocar a los hijos. Esperan de ellos que tengan un catálogo de habilidades que les ayude en la vida; que sean agiles, fuertes, sanos y guapos; que tengan formación y oportunidades que sus propios padres no les pudieron dar, y dan por supuesto que en estas condiciones serán mas felices. Por esto se decepcionan cuando tantos esfuerzos son pagados con malhumor, quejas y gestos desabridos como los de los 'aitors' de turno.
Como esta historia me la estoy inventando, puedo inventarme también un final. Puede acabar bien o mal. Si el malhumor persiste, se cronifica y se hace resentimiento, las relaciones se enrarecen, se porta mal con los padres, en la escuela se junta con otros chicos que comparten su malestar… Pero he decidido darle un final mejor.
Aitor va viniendo. Al principio con su desgana habitual. Intento no corregirle, ni criticarle. Le he indicado que aquí conmigo puede hacer lo que quiera, incluso aburrirse. Comienza a hacer juegos de puntería, coloca filas de muñecos y los derriba a golpes de bolas de plastilina. A veces el juego es bastante violento. Parece disfrutar cuando ve los muñecos saltando por los aires. Más tarde me invita a jugar a mi. Establecemos una competición, y llegamos a reírnos con las incidencias del juego. Con el tiempo vamos transformando el malhumor en agresividad y ésta en un juego de rivales que acaba en risas.
Esto no es ni tan sencillo ni tan rápido, lo esquematizo porque no puedo alargarme describiendo la múltiples incidencias del proceso terapéutico. En paralelo los padres, a los que entrevisto periódicamente, comienzan a percibir que parte del malestar del chico se parece mucho al suyo, y que también comparten el malhumor. Pueden entenderle y solidarizarse con él en lugar de responderle en el mismo tono irritado.
La situación poco a poco se va relajando, hacen algunos cambios en sus horarios, Aitor ríe más, juega con el padre. Parece que las cosas van de otra manera.
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