- Lo que te pasa es que piensas demasiado.
- Es que no lo puedo evitar, en cuando me quedo sola empiezo a darle vueltas…
- Tienes que distraerte, salir. Pensar no arregla nada.
- ¿Y qué hago?
- Olvidar, dejar de preocuparte, pasar página.
Me llegan retazos de esta conversación desde la mesa de atrás. No consigo saber qué conflicto sufre la mujer a la que su amiga pretende ayudar con sus consejos, pero es lo mismo,son palabras que oímos mil veces y mil veces han sido dichas por todos nosotros.
Son tópicos, cuyo valor esta más en la solidaridad, en la voluntad de ayudar a una amigo, que en el contenido del consejo, imposible de realizar ¿Se puede olvidar voluntariamente? ¿Cómo impedir el pensamiento de algo que nos preocupa?
Pero la verdad que contienen las palabras de las amigas es que el pensamiento puede ser muy doloroso, algunos recuerdos pueden ser torturantes. Se comportan como un enemigo interno, como un alienque repta por el interior de nuestra mente del que es imposible huir. Más bien, al contrario, en ocasiones parece como si necesitáramos traer a la mente aquello que nos tortura, el pensamiento se hace un dolor pegajoso del que no nos podemos desprender.
Cuando podemos, lo distraemos, lo narcotizamos, pero, agazapado, espera que nos distraigamos nosotros para asaltarnos en la primera esquina que doblemos, o en el pasillo oscuro del sueño.
A veces parece que hemos tenido éxito en la operación del olvido. Existen métodos: la hiperactividad, la fiesta, el deporte. La entrega masiva al trabajo es bastante eficaz y está bien vista, sobre todo por el jefe. El alcohol es un clásico que aparece en las mas viejas canciones, reactualizado mediante una, cada vez mas amplia, oferta de drogas tradicionales o modernas. Y si quieren algo mas científicoy sin los efectos secundarios de culpa que generan o degeneran las drogas, pueden recurrir al uso más o menos masivo de psicofármacos de probada solvencia.
Cada tiempo y lugar tiene su curas de olvido. No se si nuestra cultura actual ofrece más recursos o simplemente otros distintos. De hecho hace mas de siglo y medio Marx ya nos alertaba de los efectos narcotizantes de la religión sobre el pueblo para que este no reconociera el origen de su conflicto, en este caso, social. Hasta no hace mucho tiempo la iglesia ofrecía la oración o la confesión como curalotodo, al tiempo que amenazaba con el fuego eterno a los pensamientos pecaminosos. Posiblemente otras religiones, otras iglesias ha venido a sustituir a las tradicionales con nuevas ideas y propuestas.
El culto a la imagen, la competitividad, el pragmatismo, la rapidez, la economía de mercado se presentan como nuevos iconos a adorar. Las multinacionales, la televisión, los estadios deportivos, las redes sociales, los partidos populistas, son sus iglesias que deciden lo que debemos pensar o directamente nos incitan a no hacerlo. Con esto quiero decir que la operación de olvido no es solo individual existe una cultura incluso una industria del no pensamiento y del olvido.
Cuando creemos que lo hemos logrado en nosotros mismos, empezamos a sentir otros malestares: dolores óseos, musculares, de cabeza, malas digestiones, disfunciones sexuales, síntomas que conscientemente no podemos relacionar con los pensamientos olvidados. Si consultamos al medico nos dirá que son “nervios” (a veces la frase completa es “no tiene nada, son nervios”) y nos receta algo.
Otras veces el malestar es más difuso, ni siquiera sabemos qué nos pasa, pero no nos sentimos bien, estamos de mal humor, hostiles, agrios, insatisfechos o tristes. En ocasiones se produce el estallido sin nombre, el terror sin objeto, el descontrol psicocorporal del ataque de angustia, la llamadacrisis de ansiedad.
Los psicoanalistas decimos, y comprobamos en nuestra experiencia, que lo olvidado, lo reprimido, lo expulsado de la conciencia, retorna en forma de síntoma. El pensamiento eliminado se hace de nuevo presente deformado camuflado, hecho síntoma somático, rasgo de carácter o la explosión de angustia. Como en el cuento de Monterroso, al despertar, el dinosaurio sigue ahí.
Pero sigo pensando en las palabras de mis dos anónimas amigas. Sé que no se puede escapar del conflicto evitando pensar o recordar, pero también sé cuanto puede atormentar el pensamiento y el recuerdo. Siento una gran compasión por el ser humano cuando lo veo debatirse en ese dilema, porque sé que no tiene solución fácil ni mucho menos feliz.
Tal vez haya que verlo de otra manera. Puede ser que plantearlo como pensar o no pensar sea un falso dilema. El enemigo no es el pensamiento sino el conflicto subyacente del que el pensamiento es su representación. Nos representamos lo que nos ocurre mediante pensamientos e ideas que intentan explicar el conflicto. Necesitamos entender lo que nos pasa y le damos vueltas a nuestros pensamientos para encontrar explicaciones que nos satisfagan o nos calmen. Pero el conflicto sigue ahí.
¿El conflicto? ¿De qué conflicto hablamos? En realidad el ser humano vive siempre en conflicto. Entre lo que desea y lo que puede. Entre lo que desea y lo que desea el otro. Entre ser uno mismo y necesitar a los demás. Entre deseos contradictorios. Entre querer ser y tener todo y aceptar el límite. Entre la imagen ideal de uno mismo y la aceptación de las carencias. Entre querer vivir sin conflictos y soportar tenerlos.
Vivir y soportar el conflicto implica reconocerlo y analizarlo para entenderlo y afrontarlo. Afrontar el conflicto supone renuncia y desengaño. No somos ni tan buenos, ni tan inteligentes, ni tan guapos como nos vemos o nos gustaría vernos. Tampoco los demás son como nos gustará que fueran.
El amor no es garantía de felicidad, puede ser doloroso, atrapante, exigente, incluso, cruel.La hostilidad puede servir para defendernos y para poner las cosas en su sitio. Hay que saber defenderse de las victimas, uno mismo, a veces. Las pérdidas son siempre pérdidasy las reparaciones dejan señales. Las cosas cuestan y hay que pagar por ellas.
Muchas veces damos vueltas a los pensamientos porque no nos atrevemos a hincarle el diente al conflicto, nos vamos por las ramas de pensamientos recurrentes para no aceptar lo que somos.Asumir el conflicto no es una palabra mágica. “Lo tengo asumido”, se dice, como si decirlo fuera hacerlo, sin haber pasado por ese proceso de renuncia y desengaño. Se trata de pensar lo que no hemos querido o podido pensar; recordar lo que ocultamos en el olvido, aquello de lo que supuestamente pasamos página.
Repensar lo olvidado no es darle vueltas una y otra vez a las mismas ideas, en realidad es un proceso de creación de nuevas ideas y nuevas maneras de ver y de vernos. La dificultad para pensar sobre nosotros mismos sin engañarnos y hacer soportable el dolor de la verdad, hace que en ocasiones sea necesario hacer el camino en compañía.
Como psicoanalista, creo que el papel del psicoterapeuta consiste en establecer un diálogo que pueda hacer surgir las palabras difíciles y olvidadas que nombren el conflicto, y estar ahí para escucharlas y soportarlas, sin criticarlas ni ofrecer curas paliativas como la buena amiga de la mesa de atrás.
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