La sociedad catalana vive momentos inquietantes. El que ha venido a llamarse procés ha ido avanzando confrontado con el gobierno de España en una escalada de acciones y reacciones sin que ningún ciudadano pueda prever cuáles serán sus consecuencias, inmediatas o a largo plazo, y, lo que es más preocupante, sin que sus gobernantes se lo digan, lo que hace suponer que tampoco lo saben.
No todas las personas viven de igual manera esta situación impredecible.
Para algunos el aumento continuado de la tensión y la incerteza de los resultados les genera inquietud, angustia, miedo o agresividad contra aquellos a los que considera responsables de esta situación.
Para otros la crisis implica un riego pero queda compensado con el deseo de acabar con una situación que consideran injusta, por la esperanza de alcanzar un nuevo país y una nueva sociedad superadores de las carencias atribuidas al Estado español del que desean liberarse.
El “proceso” se dispara en 2012 con la sentencia del TC sobre el Estatut y desde ese mismo momento acoge el proyecto de independencia y creación de un estado propio, idea presente desde siempre en la sociedad catalana, pero hasta poco antes minoritaria. Es sobre todo a partir del momento en que los dirigentes de los partidos nacionalistas y el gobierno por ellos constituido se colocan a la cabeza del movimiento, cuando adquiere un lugar ideológicamente hegemónico en Cataluña.
El discurso público se encuentra polarizado. Muchos ciudadanos se ven a si mismos obligados a definirse en los extremos de este eje:, catalán o español, independentista o unionista, o indepe o pepero, o eres o no eres. Lo que para unos representa la única salida al conflicto, para los contrarios es una opción cargada de todos los males. Donde unos ven un paraíso otros ven un infierno. El maniqueísmo campa a sus anchas.
Ya no se trata de opciones políticas defendibles cada una con sus propias razones, sino de la lucha por el bien o el mal exclusivo, la justicia o la injusticia, la libertad o la opresión, la legalidad o la ilegalidad, con nosotros o contra nosotros. Se trata de una polaridad que encuentra su razón de ser en la oposición al contrario, que te identifica y te hace crecer con el ataque del oponente. Cuanto más agresivo, injusto o torpe sea el de enfrente, mas justificada será la agresividad injusticia o torpeza propia.
Se ha repetido que el gobierno central es la mayor fábrica de independentistas, y podemos suponer que algunas acciones del campo independentista han obtenido el mismo efecto en sentido contrario. De esta manera el otro como diferente a mi, con razones (razonables) propias y por tanto susceptible de ser escuchado tiende a desaparecer para transformarse objeto oponente que sustenta mi oposición.
Nos encontramos ante la escalada del “y tu más” que se puede repetir al infinito, como dos espejos enfrentados en paralelo, como los boxeadores que abrazados se golpean. De ahí la peligrosidad de la situación, pues en la confrontación encuentran su identidad y su razón de ser.
Se agitan ideas cargadas de transcendencia, lapidarias y supuestamente incontrovertibles. Patria, nación, pueblo, libertad. Se trata del derecho a decidir, de romper España, de jugarnos nuestra existencia como pueblo… Ante tamañas ideas, ¡cómo no vamos a salir a la calle o a donde sea! ante semejantes principios casi cualquier cosa puede estar justificada: todo por la patria. Al final la parte de autenticidad de esas ideas puede ser anulada en la lucha por defenderlas. Se exageran las virtudes propias tanto como las maldades ajenas. En estas condiciones, como se ha dicho, la verdad acostumbra a se una de las primeras víctimas. La mentira puede ser propagada sin ninguna vergüenza entre un público dispuesto a creérsela, el grito se hace mas eficaz que la palabra, el slogan sustituye al pensamiento.
Esto no solo alcanza a los líderes o las élites de los dos movimientos. Un gran número de personas vemos modelada nuestra subjetividad por este enfrentamiento y vemos como nuestros argumentos y nuestras emociones también ven impregnadas de esta radicalización. Se requiere un esfuerzo considerable y una gran honradez subjetiva para separar ideas de emociones y escuchar las razones propias junto a las ajenas.
Las relaciones personales se están viendo afectadas por este o estas en un lado o en el otro. Grupos familiares o de amigos se encuentran ante la disyuntiva de hablar del tema o el silencio.
La radicalización de las posiciones alcanza a aquellos que defienden ideas diferentes de las confrontadas. Sobre ellos cae el anatema de la equidistancia y son tratados de pusilánimes que no se comprometen, de ingenuos que aún esperan soluciones no creíbles, de tibios que serán arrojados de la boca de Dios. A quienes adoptan posiciones propias a cada aspecto del problema, desde criterios pensados y razonados, se les designa como personas que se sitúan en un cobarde centro geométrico.
Las personas y los grupos sociales tienen todo su derecho a tener y defender sus ideas dentro de la ética y la legalidad, esto no debería ni siquiera decirlo por ser una obviedad. Los gestores políticos tienen la obligación escuchar esas ideas aunque no estén de acuerdo con sus ideales o sus programas. Más cuanto más masivas sean esas manifestaciones. Su trabajo consiste en dar respuesta a las inquietudes ciudadanas. Han de estudiar la viabilidad a tales ideas, en todo o en parte, y transformarlas en proyectos realizables con el mínimo riesgo para los ciudadanos o avisar de los riesgos si existieran. Y también tienen la obligación de explicar a la ciudadanos la inviabilidad de proyectos irrealizables en su totalidad.
Desde su inicio ninguno ha hecho movimientos significativos y creíbles para evitar la colisión, tal vez en la creencia de que la otra se rendiría antes o evidenciaría su error. Parecería una escena de western o un enfrentamiento juvenil en el patio de un instituto si no fuera porque esos dirigentes representan a miles o millones de ciudadanos que sufrirán las consecuencias de su sordera o de su ceguera acerca de lo que ocurre y de lo que hacen
¿Se puede gestionar un país independiente conseguido con una exigua mayoría y dejando a una parte considerable de la población en el silencio? ¿Se puede cercenar sin dar salida a las aspiraciones de una gran parte de ciudadanos dejándoles también en el silencio? ¿seria silencio, sin más, o un estado de frustración y resentimiento de salidas imprevisibles?
¿Si el proyecto independentista fuera inviable por la oposición del gobierno central o por falta de reconocimiento internacional no sería honrado por parte de sus dirigentes haberlo previsto y proponer salidas alternativas posibles antes de llevar a la ciudadanía a la frustración o a un callejón sin salida de consecuencias inciertas? ¿No actúa también irresponsablemente el gobierno central cuando ofrece únicamente las leyes y los tribunales como respuesta a un movimiento social de enormes proporciones? ¿Tiene en cuenta las consecuencias sobre la población en términos de desafección al Estado, de alejamiento de la ciudadanía española y de fractura social en el seno mismo de la sociedad catalana?
Es posible que los protagonistas de esto pasen a la historia como vencedores o como vencidos, que tengan monumentos y lápidas conmemorativas y nombres de calles, de momento la ciudadanía pierde aunque algunos crean lo contrario.
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