​Este niño no encaja

Carlos García-García
Doctor en psicología y psicólogo clínico

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Desde que entró en el colegio con tres años sus maestras dicen de él que en clase se porta bien, pero está ausente. Mientras dan la lección él parece estar soñando, pero cuando le despiertan y le hacen una pregunta sobre el tema del que están hablando suele dar la respuesta exacta. Quiere mucho a sus profes. También a sus compañeros, aunque cuando les propone algún juego fantástico ellos prefieran irse a correr tras el balón. A él no le importa y juega a solas. Va contento al cole. 


Pero todo ha cambiado este curso. Ahora tiene seis años, está en primero de primaria y, por primera vez, dice que no quiere ir a la escuela. Su nueva profesora se ha reunido con sus padres para decirles que algo le pasa al niño, que está en las nubes, que no encaja, que tiene un trastorno de personalidad y que, probablemente, tenga que ser medicado. Así, de golpe. La madre llora y el padre dice que "trastorno de personalidad" le parece un diagnóstico muy fuerte; que cómo un niño que apenas empieza a tener personalidad puede sufrir un trastorno de esta; y que, en todo caso, eso deberá determinarlo un especialista. La profesora contesta "bueno, pero un trastorno de conducta sí que tiene". Ha debido quedarse a gusto.


Padre y madre vienen a verme, aunque la profesora les ha dado el nombre de otro psicólogo. Sí, reconocen, es un niño que se ausenta, que a veces no está aquí. Pero es muy imaginativo, fantasioso y creativo, dicen con una sonrisa. Es un sol, añaden. En casa se porta bien, discute con el hermano como corresponde, hace sus deberes sin quejarse demasiado y no siempre prestando la atención debida. Hasta este momento, ha sido un niño feliz. Pero desde que empezó el curso, les dice que su nueva maestra no para de reñirle y que ya no quiere ir al cole.


La expresión "no encaja" se me queda encajada en la cabeza hasta que me doy cuenta de que ahí está el meollo del asunto.


De las dieciocho acepciones del verbo encajar registradas en el diccionario, muchas indican forzamiento ("ajustar algo con otra cosa, apretándolo para que no se salga o caiga") o violencia ("dar un golpe o herir con algo"). Por otra parte, encajar es, literalmente, meter algo en una caja.


A las instituciones sociales, como la escuela, no les viene bien la gente diferente que, de un modo natural y sin hacer daño a nadie, se alejan de la media estadística y del modo esperable de comportarse. La maniobra de encaje o normalización institucional tiende negar la subjetividad del individuo, o sea, a cosificarlo. Se le hará ver que su natural diferencia, lo que le hace particular, no es adecuada. Finalmente se conseguirá que se sienta mal por ser diferente y ceda a la presión dejando de ser quien realmente es, lo que a la larga tendrá consecuencias a nivel subjetivo. Hay muchos maestros que no aceptan ser cómplices de esta coerción. Pero a otros, como esta profesora de niños de seis años, les parece inaceptable, incluso insoportable, que haya algunos alumnos que rompan el orden, o sea, que no encajen con el resto ni con el programa de estudios establecido. Entonces se apresuran a encajarlos en el sistema para lo cual siempre es útil comenzar por señalar peyorativamente su diferencia, por ejemplo, endosándoles un diagnóstico-etiqueta.


"Trastorno de la personalidad" o "trastorno de conducta" (¡qué más da!) son cajones de sastre donde cabe todo (ya se habrán dado cuenta de que cada vez caben más cosas de la vida cotidiana en los cajones del diagnóstico psiquiátrico). 


Cuando una mano imprudente y sádica como la de esta profesora rebusca en el cajón y saca un bonito diagnóstico para encajárselo a un pobre niño puede hacer mucho daño. Lo más horripilante del caso es que ese diagnóstico represor, que es una agresión, se presenta disfrazado de compasión y buenas intenciones: "lo hacemos por su bien". Lo que suele ignorarse es que esta negación de la subjetividad y forzamiento hacia la normalidad están más dirigidos a tranquilizar al adulto que a ayudar al niño.


Hay dos formas de manejar el asunto de los niños que se salen de lo normativo. La primera es arremangarse y escuchar la diversidad del niño, conocer sus mundos, apreciar sus talentos y adaptar el programa a sus peculiaridades. La segunda, ya lo hemos visto, es catalogarlo y tratarlo con vistas a su normalización. Es decir, que el niño deje de soñar y se convenza de que estar en un aula aburrida mola más que viajar en un cohete o internarse en la jungla.


Por más que en el papel digan lo contrario, casi todos los sistemas educativos, como el nuestro, van a desatender la individualidad y forzar el encaje. 


No seré yo el que pida a los profesores con aulas de veinticinco o más alumnos que atiendan a la particularidad de cada uno. Ya están sometidos a suficientes presiones como para que les exijamos lo que no pueden dar. Lo que sí se les debe exigir es quesean prudentes y sensibles, pues su palabra cuenta mucho. Los niños, al fin, no tienen la culpa de la mala leche de algunos docentes, que no maestros. A esta Señorita Rottenmeier habría que cantarle: Hey! Teacher! Leave the kidalone!

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