Desalmados

Carlos García-García
Doctor en psicología y psicólogo clínico

Un día vamos caminando y tropezamos con un bicho inmóvil; lo tocamos con la punta del pie y nos extraña que no se mueva. Preguntamos y nos dicen que el bicho ha muerto. En ese instante nos cambia la cabeza para siempre. Sí, chaval, el bicho la ha palmado, como lo haré yo y lo harás tú, así es la vida. La realidad en bruto.


Una vez recibida la madre de todas las bofetadas, ya no hay vuelta atrás. Desde entonces, sin darnos cuenta, afrontamos nuestra vida, nuestra actividad, nuestras elecciones, creencias, prejuicios o misiones, nuestra entera relación con el mundo y con los demás, como un intento de conjurar la muerte. Se dice, creo que con razón, que vivimos mejor en tanto que aceptamos de forma natural, sin dramatismos, que vamos a morir. Pero claro, aun así, no queremos morir y cuando asome la guadaña, preferiríamos que fuera tarde, sin ruido ni dolor.


Por desgracia no siempre es así. Hay personas como Ramón Sampedro o María José Carrasco que se vieron completamente paralizados siendo jóvenes. Vivieron anclados a una cama, impotentes y sin futuro a consecuencia de sus enfermedades sin cura. Fueron completamente dependientes de sus cuidadores lo que, sin duda, les hizo sentir horriblemente mal. En esas espantosas circunstancias surgió en ellos, poco a poco, la terrible y liberadora idea de matarse. Pasaron los días, las semanas, los meses, los años y las décadas y crecía en ellos la desesperación al comprobar que las leyes no les permitían tomar la decisión más difícil pero la más libre, obligándoles a seguir sufriendo sin sentido. Finalmente, sus seres queridos consiguieron, poniendo en riesgo su propia libertad, ayudarles a cumplir su último deseo. Hombres y mujeres adultos, conscientes, y mentalmente independientes fueron y están siendo tratados como niños por el Estado. No hay mayor injusticia que la de privar de la libertad de elegir a quien no ha hecho ningún daño a nadie.


Malditos seáis los legisladores repeinados que os decís defensores de la vida, pero estáis hechos de miedo y odio. Quiénes sois vosotros, miserables, para decirnos cuándo debemos morir, para impedirnos cumplir nuestro último deseo, para prohibirnos ejercer nuestra libertad fatal. Quiénes sois vosotros, infames, para esposarnos por ayudar a los nuestros a dejar de sufrir.


Nuestra libertad última os espanta porque os hace débiles. Ojalá os veáis algún día en nuestra situación y sufráis los vetos inhumanos que nos imponéis. Ojalá no os permitan morir nunca y permanezcáis eternamente atados a una cama, rogando a vuestro cruel Dios que os deje ir. Ojalá nos miréis a los ojos, como hoy miramos a los vuestros, exigiendo respeto al doloroso deseo de morir. Ya basta, desalmados, ya basta.

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