¿Qué somos sino extranjeros? Contra la xenofobia.

José Leal

Dice el Conseller de Treball, Afers Socials i Famílies de la Generalitat de Catalunya que el último ataque cometido contra los menores extranjeros residentes en un centro de acogida en Masnou es un acto racista, por supuesto, y que está liderado por ultras. “Se ha traspasado una línea roja”, afirma en el Periódico. No sé cuál es esa línea roja porque muchos pensamos hace tiempo que saltaron mil alarmas en las políticas de atención a la infancia y sabemos que todo ataque a la dignidad, a los derechos y a todo aquello que constituye lo humano es saltar una línea roja. Explica los esfuerzos de su departamento y reconoce que “hay camino para la mejora”. Y dice: “ahora hemos de pasar de la acogida a la inclusión”. A buenas horas, mangas verdes, que suele decir mi madre. La acogida es el primer momento de un proyecto inclusivo, es decir, de considerar al que llega como parte de la comunidad que lo recibe, de tratarlo con esmero porque suele llegar herido y, por lo general, con un proyecto de vida futura que le aleje de las horribles condiciones de vida de donde llega.


Enfrentamientos masnou


Debe haber muchos ultras en Catalunya porque los ataques son muy frecuentes: CanetCastelldefels, El Masnou. Primero fue la Generalitat quien dejó a los jóvenes en desamparo durmiendo en el suelo de las dependencias de la fiscalía. Improvisó luego espacios gueto. Y lo deben saber; el exceso de concentración –me sale la palabra sin querer- de personas con especiales dificultades o demasiado estigma facilita el rechazo de la comunidad y aumenta los riesgo de guetificación y las dificultades para sentirse formando parte de una comunidad diversa. Sí que lo sabe Lamiae Abassi, miembro de una asociación de jóvenes que migraron sin compañía y que fueron tutelados. Y lo dice con mucha claridad en una entrevista en Catalunya Radio en la que critica la política de agrupamiento de jóvenes en un mismo centro; lo atribuye a razones de racismo, miedo y prejuicios también de las autoridades y señala la enorme dificultad que muestran los centros para atender a cada joven en su singularidad. Como muchos hemos señalado ese modo de trato se sustenta en una supuesta identidad colectiva, ser Menas, que tapona la inmensa riqueza y diversidad existente entre todos aquellos a quienes se les enmarca en una identidad reducida y estigmatizada. La Generalitat censura, razonablemente, los comportamientos xenófobos, racistas y ultras a centros donde residen los menores y cede el control y la gestión a una organización a la que los propios trabajadores acusan de estar carente de proyecto educativo. No sé si tal hecho es imputable a la insuficiencia técnica de tal organización, a las condiciones de precariedad en que la misma debe trabajar por su contrato con la administración (se suele concertar con el que ofrece precios mas baratos) o a otras razones. Sabemos que muchos de los menores son trasladados de centro sin previo aviso y, quizás, sin causas razonables. Se interrumpen así procesos de vinculación, educativos y terapéuticos.


“Menos mal que viene conmigo un amigo” le cuenta uno de estos jóvenes por teléfono a su terapeuta a la que vio el día anterior sin poder despedirse porque nada sabía del traslado. Tampoco pudo despedirse de su abuela con quien vivía la noche en que dejó Casablanca con apenas 15años para subir al Norte y cruzar en la patera en esas condiciones que todos conocemos y que de tanto oír casi pierden la capacidad conmovedora. Él perdió un amigo en el trayecto, muerto. No le informan previamente del traslado pero llaman del centro al psicólogo que lo atendía para que haga un informe que acompañar a los muchos otros que ya tiene de los muchos centros y servicios con los que ha estado en contacto. Toda esa información protocolaria a la que llaman expediente muchas veces sustituye al sujeto.


Debe haber muchos ultras, xenófobos y otras especies en Catalunya. Quizás ni más ni menos que en otros lugares del Estado porque lo que pasa aquí también pasa en otros sitios.


Pero el ataque xenófobo ocurrido estos días contra los jóvenes llegados sin apoyo sucede a pequeña escala cada día en este país y en otros.


Me cuenta que pasaba una parte de la tarde con su familia en la terraza de un bar. Se levantó, entró al local y al dirigirse al baño quien parecía ser el dueño se fue hacia él con decisión y le espetó sin reparo alguno:


- El baño es exclusivamente para los clientes.

- Yo soy cliente, le respondió. Estoy fuera con mi familia.


Esta escena, que no es de ninguna frontera lejana, podría parecer “normal” si no fuera porque él es negro y el entorno donde ocurre la escena es el paseo marítimo de una ciudad costera del Garraf donde se colocan diversos migrantes para vender objetos.


No sé como acabó la historia porque fue tal mi malestar mientras me la contaba que en lugar de preguntarle por lo que vino después le dije:


- ¿y tú que has hecho además de decirle que estabas con tu familia?

- Nada. Si hago caso estaría todo el día peleado.


No nos engañemos; fachas, ultras y xenófobos hay también entre nosotros. Tras las elecciones andaluzas y la entrada en el parlamento de diputados de ultraderecha un joven nacionalista me dijo con mucha contundencia:


- En Catalunya no pasará eso.

- Pero aquí también hay fachas y xenófobos, le dije.

- Pero son españoles, me dijo.

- Españoles catalanes de derechas, ultras y xenófobos, le dije

- No, los catalanes no somos así. Son españoles, créeme.


No le creí pero no continué porque no tenía sentido


Da igual quienes o qué sean esos que se enfrentan a los jóvenes venidos sin acompañamiento. Pero tenemos un problema; el decrecimiento de la hospitalidad.


La violencia tan intensa que se ejerce sobre esos menores, el estigma al que se les expone recluyéndolos en guetos, hacinados, sin proyectos de futuro los debilita aún mas y genera un mayor desamparo. Cuenta un periódico que tras el ataque xenófobo o ultra en Masnou un joven se autolesionó haciéndose cortes en los brazos. Son muchos los y las jóvenes que lo hacen. Escucho en un congreso de salud mental al antropólogo David le Breton que lo clausura con una conferencia hablando de los sufrimientos intensos y de las autolesiones en jóvenes. Los jóvenes se dañan porque se les hace insoportable el sufrimiento y son el último recurso para luchar contra el mismo. Todos ellos jóvenes que con sus lesiones no buscan borrarse del lazo social sino liberarse del sufrimiento para retornar al vínculo sin el cual no son. Autolesionándose añaden nuevas marcas a las que ya imprimió su historia; la hostilidad con que son recibidos las profundizan y amenazan el proyecto futuro que tienen derecho a construir con nosotros. Las marcas de un pasado de carencia solo son reparables a partir de esa experiencia emocional de acogida y soporte que es bálsamo en la herida y esperanza.


A una manifestación convocada para mostrar la repulsa por los hechos de El Masnou han acudido apenas unas docenas de personas bastantes menos que el número de policías movilizados para evitar altercados. En el fondo importa poco este tema. Al fin al cabo muchos piensan que es un problema moral (“son mala gente”), un problema de salud (“tienen trastornos”) y los más creen que es un problema de seguridad y orden público (“son agresivos, violentos y se drogan”). Todo mentira, o al menos no muy diferente a lo que pasa entre los que llamamos “nuestros”.


No parecen estos buenos tiempos para la fraternidad, la solidaridad, la hospitalidad y la ternura. Da miedo el nuevo cariz de la celebración del día nacional norteamericano, los vientos excluyentes que sus dirigentes generan y la exacerbación de un sentimiento patriótico soberbio.

Y confiar esperanzados, a pesar de todo. Y digo, como Amín Maalouf: “mas vale equivocarse en la esperanza que acertar en la desesperación”.


Todo pequeño gesto abre un futuro


Sami se levantó y fue hacia su madre. Observó en la pierna de ella un pequeño rasguño. Lo tocó con su dedo y dijo “pupa”. Fue hacia su habitación y trajo el recipiente en el que guardan la crema de carité que sus padres usan para el cuidado, lo abrieron y con sus manos de dieciocho meses recién cumplidos untó la pierna de su madre mientras miraba la inmensa sonrisa de ésta. Cuando me lo cuenta fascinada pienso con esperanza en el futuro.


Frente a los bárbaros, xenófobos, fachas, ultras y otros que buscan la uniformidad de la identidad y ven enemigo a todo aquel que es diferente, la extranjeridad como celebración. Esa extranjeridad que nos hace extrañarnos de aquello de nosotros que no entendemos, la que nos une al otro, extranjero también y garantiza que nunca hay una tierra, una frontera que nos asegure dejar de ser extraños y estar a salvo siempre en territorio alguno. Porque siempre será necesaria la acogida. Porque lo que ampara no es el territorio ni el origen sino el otro, los otros, frágiles también, extranjeros también en su propia tierra y cercanos. Los jóvenes que vienen sin compañía que les proteja no deberían ser mas extranjeros que nosotros mismos ni recibir menos cuidado del que todos merecemos. Lo que nos salva es la solidaridad y el apoyo. Salvarse, hacer frente a las mil adversidades del vivir es una tarea colectiva que empieza por salvarse a sí mismo de la esclavitud de fascinantes pertenencias excluyentes. Y engañosas. 

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