Salgo del ascensor y me dirijo a un mostrador para recoger los resultados de una prueba médica. El último de la cola, un hombre orondo y de semblante afable, me dice sonriente:
-Hay que esperar.
-Que le vamos a hacer, respondo.
Duda si continuar con la conversación y lo resuelve rápido:
-Pronto no serán necesarios los médicos.
Pensé que bromeaba y que se refería al impacto mediático del coronavirus:
-Todos estaremos muertos, le dije sin pensarlo mucho.
-No quería decir eso. Dios cumplirá su promesa y nos salvará.
-¿Cuándo será eso?
- Vencerá a Lucifer, que es el que manda ahora, pero su reino, aunque tarde, llegará. No lo dude.
-¿Y Vd. como sabe todo eso?
-La fe y la lectura de la Biblia. ¿Vd. lee la Biblia?
-No toda. Yo creo que Vd. lee a los profetas agoreros y yo El Cantar de los Cantares.
-Yo eso lo conozco menos. En la Biblia está todo. Allí dice todo lo que está pasando. Pero él vencerá sobre el maligno Lucifer, que es quien nos trae todo el mal que está sucediendo.
Y remató su discurso evangelizador con una rotunda afirmación:
-En el Reino no habrá enfermedades. En el Reino no habrá pobreza.
Le toca recoger sus pruebas y acaba una conversación que prometía ser distraída e intranscendente para mí, que no para él, exigido a hacer un apostolado que conmigo tendrá poco éxito. Se fue con la misma sonrisa autocomplacida, convencido yo de estar ante un muro indoblegable y él, quizás, ante un ser incapaz de degustar la buena nueva que me anuncia y que, seguro, podría cambiar mi vida.
Unos días después, en una comparecencia ante la prensa, el relator de la ONU sobre extrema pobreza, Philip Alston, dice: "Visité zonas que sospecho que muchos españoles no reconocerían como parte de su país. Barrios con condiciones mucho peores que un campo de refugiados, sin agua corriente, electricidad o saneamiento durante años. Barrios donde las familias crían niños sin servicios sociales, centros de salud, oficinas de empleo, comisarías, con calles sin asfaltar y casas pinchadas a la corriente eléctrica". Y resume: “España ha salido de la crisis gobernando para los ricos y olvidándose de los pobres. España debería mirarse de cerca en el espejo. Lo que verá no es lo que desearía la mayoría de españoles, ni lo que muchos responsables de formular políticas tenían planeado: una pobreza generalizada y un alto nivel de desempleo, una crisis de vivienda de proporciones inquietantes, un sistema de protección social completamente inadecuado que arrastra deliberadamente a un gran número de personas a la pobreza, un sistema educativo segregado y cada vez más anacrónico, un sistema fiscal que brinda muchos más beneficios a los ricos que a los pobres y una mentalidad burocrática profundamente arraigada en muchas partes del gobierno, que valora los procedimientos formalistas por encima del bienestar de las personas. La recuperación después de la recesión ha dejado a muchos atrás, con políticas económicas que benefician a las empresas y a los ricos, mientras que los grupos menos privilegiados han de lidiar con servicios públicos fragmentados que sufrieron serios recortes después de 2008 y nunca se restauraron".
Aunque escalofriante, no es nada nuevo. Es más que sabido el terrible efecto de la crisis sobre los grupos más desfavorecidos. Las palabras de Alston vienen precedidas por las cifras del informe Foesa-Cáritas de 2019. A pesar de la incipiente recuperación económica, nuevamente en riesgo, aún muchas personas no han alcanzado los estándares de vida de 2007 y seguimos anclados en un modelo de desarrollo económico, social y antropológico caracterizado por una debilidad distributiva, por sus dificultades para no dejar a nadie atrás y con serias dificultades para afrontar y mejorar la vida de aquellos que viven la precariedad, de las personas excluidas, de los expulsados que no consiguen salir del pozo de la exclusión.
La primera evidencia que recoge el VIII Informe FOESSA es que la exclusión social se enquista en la estructura social de nuestro país y que a día de hoy el número de personas en exclusión social en España es de 8,5 millones, el 18,4% de la población, lo que supone 1,2 de millones más que en 2007 (antes de la crisis). Son el rostro de la sociedad estancada, un muy amplio grupo de personas para quienes “el ascensor de la movilidad social no funciona y no es capaz de subir siquiera a la primera planta”. Esto quiere decir, hablando en plata, que la pobreza está pasando a ser hereditaria y la exclusión social su resultado. Para muchas familias la supervivencia pura y dura es su objetivo diario. “Han roto sus vínculos con el resto de la sociedad porque sienten no se les tiene en cuenta y se enfrentan a un sistema de protección social que no está orientado ni diseñado para acompañarles”, señala uno de los redactores del informe Foesa.
Mientras esto sucede, en el parlamento español se debate si la vicepresidenta venezolana pisó o no suelo “patrio”; si en las conversaciones no sabemos si entre partidos o entre gobiernos hay que tener un relator-testigo ante la falta de confianza más de unos que de otros; se discute hasta dónde llegará la lucha por el poder entre los partidos independentista y largos etcéteras.
Y mientras tanto muchos niños, también en Catalunya, viven con hambre y frío. Algunas familias entrevistadas por Alston en los barrios de El Carmel y Sant Martí cuentan que usan el televisor como fuente exclusiva de iluminación y duermen abrigándose con el calor de sus propios cuerpos o con las mantas que reciben de Cáritas y otras organizaciones humanitarias.
Y en medio de todo esto, los profesionales de los servicios sociales expresan con sus palabras, sus escritos y sus fatigas las tremendas situaciones a las que con medios insuficientes han de hacer frente.
Y mientras tanto muchos partidos políticos maquinan para el fracaso de un gobierno que, como dice el relator de la ONU, es el único que puede poner freno a la barbarie que significa que un 33% de la población pase hambre y frío.
No sé si aún estamos en la post guerra, dice Gamoneda al presentar su libro de memorias, La pobreza. Los importantes cambios habidos desde entonces no han logrado erradicar la pobreza y las desigualdades. Al contrario, las diferencias entre pobres y ricos aumentó tras la crisis en un 26%. La propia presidenta del FMI, Christine Lagarde, dice: “Las guerras comerciales (y las crisis económicas que se derivan de ellas) no son juegos que se puedan ganar. Nadie gana. Si hay menos crecimiento, menos innovación, mayor coste de vida, los primeros que perderán serán los pobres, los menos privilegiados”.
Le ha faltado decir que quienes disfrutarán los efectos de la misma serán los ricos y las grandes corporaciones internacionales.
Es evidente la preocupación por la pobreza y las condiciones infrahumanas en que vive una parte de la población. Películas como Jocker, La intemperie o Parásitos ponen el dedo en la llaga de una realidad tremenda.
Y mientras tanto seguimos preocupados terriblemente por los efectos dolorosos y, al parecer, intencionadamente exagerados del coronavirus. El virus invisible que es la pobreza es mucho más potente. Aquel puede quitar la vida; aunque importante no siempre ésta es el mayor valor. El otro, el virus silenciado de la pobreza, arrasa con la dignidad y el derecho fundamental a una vida humanamente sostenible.
“Las hambres históricas modifican para siempre el pensamiento de los hambrientos”, dice Antonio Gamoneda, impresionante poeta en cuyos versos refleja la dureza de los años de la postguerra marcada por el hambre y tantos otros males. En una entrevista en La Vanguardia el 12 de febrero, en la presentación de su nuevo libro de memorias, dice: “Me pregunto si la postguerra ha terminado, no estoy seguro. En el libro hablo de una España que aún tengo miedo de que siga existiendo. Hay desahucios, hay mucha hambre, hay miseria...y no lo digo yo, lo dice un relator de la ONU. Con la democracia, esperábamos un bienestar y una forma de solidaridad que no ha llegado y no sé si llegará. Seguramente ahora ya no seré apaleado en la cola del pan y podré decir esto que estoy diciendo, pero España ahora está habitada por una dictadura económica en la que no se toca a los grandes establecimientos de poder: es una democracia con límites poco respetables", ha asegurado.
Cabe añadir que las hambres, que la pobreza y las diversas precariedades afectan a la salud y tiene efectos sobre la calidad del desarrollo de quienes las padecen y también los marca con el estigma y esa profunda huella que hace que con tanta crudeza la familia rica del film Parásitos detecte la única huella de la impostura de sus empleados y que describen con esa terrible expresión del “olor a pobre”.
No va a ser la promesa divina que anuncia el persistente predicador que me encontró en la clínica la que nos salve de los problemas derivados de tanta desigualdad. Será el esfuerzo de todos y el desarrollo de políticas que tengan en cuenta a los que más necesitan. Y hacerlo juntos, como en el verso de León Felipe inscrito en una de las paredes de la estación del metro en Roquetes, uno de los barrios visitados por Alston: “Voy con las riendas tensas y refrenando el vuelo porque no es lo que importa llegar solo ni pronto, sino llegar con todos a tiempo”.
“No quiero/que el trigo se queme y el pan se escatime./No quiero/que haya frío en las casas/que haya miedo en las calles,/que haya rabia en los ojos./No quiero/que en los labios se encierren mentiras,/que en las arcas se encierren millones,/que en la cárcel se encierre a los buenos./ (Ángela Figuera Aymerich).
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