El mundo y, de momento, especialmente Europa se ve confrontada al tremendo dolor provocado por los sentimientos de impotencia frente a los estragos de un virus que nos devuelve a la condición de seres extremadamente vulnerables desamparados frente a la cada vez mayor caída de las certezas y a la vulnerabilidad también de nuestras instituciones. Ello está provocando reacciones de muy diverso signo poniendo en evidencia la predisposición de los humanos hacia la eclosión de sentimientos intensos y, muchas veces, extremadamente contradictorios. El incremento de muchas muestras de solidaridad y fraternidad coexiste con los egoísmos de diverso signo. Éstos no empañan la intensidad y riqueza de las expresiones solidarias y de reconocimiento entre las personas y grupos pero rompe la idea, muchas veces ingenua, de que los males nos hacen mejores y sacan lo mejor de nosotros.
El razonable miedo por la gran incertidumbre sobre las causas y el deseado final de lo que está sucediendo tiene muchos de los matices de una situación de duelo. Posiblemente este sea la respuesta ante la pérdida de un creciente y preocupante sentimiento de invulnerabilidad que nos deja asustados ante la magnitud de nuestra flaqueza. Días después de estar pensando que la barrera de la edad puede ser superada y los años de vida casi infinitos nos despertamos con la certeza de que la vida es efímera y de que estamos expuestos a las insolencias y capricho de un virus con una tremenda capacidad de contagio y que, al parecer, puede hallarse en los lugares menos sospechados.
Son muchos los que expresan que de la situación por la que estamos pasando saldremos fortalecidos y mas humanos. Es evidente que más humanos sí, si entendemos por ello la mayor percepción de ser sujetos vulnerables y de que para vivir necesitamos del otro y de todos. Los consejos que unos y otros nos damos estos días respecto al cuidado, las llamadas telefónicas, los whatsapps, los emails, etc., expresan una mayor conciencia del cuidado como aquello que es imprescindible para seguir viviendo y juntos. Pero lo que queda por ver es la perdurabilidad de esa percepción y los efectos transformadores que conlleve.
Igualmente se dice que la crisis está sacando lo mejor de cada uno de nosotros. Creo que sería más certero decir que la crisis actual, como otras crisis son la ocasión no para sacar lo mejor de cada uno sino que, al aumentar la percepción personal de necesidad se hace más evidente el reconocimiento de la existencia del otro y sus esfuerzos. Es verdad que hay mucha gente que cada día saca lo mejor de sí y que también en estos momentos de dolor lo siguen haciendo. Me refiero a tantos profesionales del campo de la salud, de los servicios sociales, del cuidado a quienes están en situación de dependencia y mayor fragilidad, trabajadores que con su esfuerzo hacen que la vida funcione y que, en la cotidianidad sin tanta desgracia manifiesta trabajan con esmero. Cada día construyen, construimos las condiciones para hacer posible la vida aunque enfrascados en la vorágine del vivir olvidamos que éste es posible por el esfuerzo cotidiano de muchos. Es solo en la cotidianidad y en su cuidado donde puede construirse el mundo y la vida en común. Y es en esa cotidianidad tantas veces desvalorizada donde se producen los muchos actos de cuidado que ahora, por estas circunstancias tan indeseadas se hacen más visibles, emergen y hacen que sea más fácil mostrar un reconocimiento y gratitud que debería formar parte de la espontaneidad del buen trato cotidiano.
Las crisis suceden a nuestro pesar y es porque vienen que hay que hacer algo. para resolverlas y aprender a mejorar nuestros sistemas de protección. La solución de una crisis no es garantía de que genere un aprendizaje colectivo transformador. Poco ha sido lo aprendido de la grave crisis económica que comenzó en 2008 y que de forma más o menos soterrada aún continúa, ni del desastre del huracán Gloria, ni de la grave crisis migratoria, ni de los muertos en el mar, ni en las vallas, ni en los diversos desiertos. De hecho, en estos días, tan enfrascados en las cosas cercanas que nos afligen han dejado de existir las guerras, las migraciones masivas, las hambrunas que asolan varios continentes y la pobreza estructural y hereditaria que no logramos erradicar.
Pero es necesario desear un aprendizaje colectivo y confiar en que ello es posible. Para ello hace falta recuperar el valor de lo cotidiano y el cuidado como el modo de hacer frente juntos a los efectos de nuestra condición de seres vulnerables y necesitados. Eso implica poner en marcha esfuerzos que nos alejen de la tentación de una épica del cuidado y de éste como un acto de excepcionalidad. Y es que para el futuro que se nos avecina lo que importará es seguir contando con el empeño, día a día, de todos, liberados nuestros profesionales especialmente los sanitarios y los cercanos a ese campo, de las tensiones y apremios de este momento excepcional.
La ética del cuidado se aleja de la épica y se construye más en los alrededores de la lírica del esfuerzo cotidiano y de los pequeños actos, de esos tantas veces callados e invisibles y, con frecuencia, escasamente reconocidos. Por eso este momento debe facilitar también la visibilidad de trabajo callado y muchas veces no reconocido ni suficientemente remunerado. Este momento de reconocimiento de los cuidados como valor debe fundamentarse en el convencimiento de que ese meritorio esfuerzo profesional es, además del ingrediente generoso que lleva toda práctica relacional, un deber de justicia hacia el otro, como señalaba hace unos días Daniel Innerarity, que nos obliga a cada uno de nosotros y a las instituciones sociales y del Estado.
Es evidente que en los cuidados la calidad del trato y las muestras de querer al otro tienen efectos y es deseable que en dicha relación se produzca un reconocimiento recíproco no solo en las situaciones de excepcionalidad. Y no solo un reconocimiento entre quienes participan directamente en el acto de cuidar sino el que deben expresar los dirigentes de las propias organizaciones asistenciales que tan cicateras son en el cuidado a sus profesionales y en la generación de condiciones para una tarea bien hecha y con el menor riesgo. La mayor sobrecarga de trabajo actual y el incremento de las ansiedades de los profesionales propios de las situaciones a las que están haciendo frente - y del sufrimiento que ven en aquellos a los que atienden y en sus familias- debería ir predisponiendo a los gestores hacia una modificación de las condiciones de trabajo y de apoyos en las tareas. Éstas, no solo en las circunstancias actuales, requieren un esfuerzo emocional muy intenso.
También la épica se instala en las metáforas que señalan que esto es una guerra, que somos un ejército de soldados organizados para vencer a un enemigo común y que un hospital improvisado es "de campaña". Esto no es, felizmente, una guerra, me responde con firmeza mi madre que la vivió con apenas 9 años y que tiene recuerdos muy intensos de la misma. Hay que tener mucho cuidado con las metáforas heroicas que se expresan, con frecuencia, en un lenguaje y, por tanto, un pensamiento patriarcal/machista y apelan autoritariamente a la prevención y al permanente combate porque nunca se sabe dónde está el enemigo o más directamente, enemigo es cualquier otro que, aún con razones, no cumpla con rigor las órdenes de encierro. Uno de los muchos whatsapps que he recibido muestra un francotirador sacado de un film disparando a todo ser viviente que infringe la orden de confinarse en su casa. Me estremece y le temo tanto o más que al virus.
Esta crisis descubre y reconoce el valor del trabajo cotidiano y callado de muchos de quienes recibimos cuidados. Pone también al descubierto el sufrimiento cotidiano, callado y olvidado de un grupo amplio de población cuyas condiciones de vida y de habitabilidad ahora que se hace obligatorio estar recluido en casa, son mínimas. Un alto grupo de población que no tiene ni trabajo, ni casa en condiciones y para quienes los espacios colectivos, ahora prohibidos, son mas reconfortantes que la propia vivienda.
Esta crisis que se origina como problema de salud y prontamente deviene en problema económico amenaza la calidad de vida de muchos y, aunque cueste decirlo, augura la continuidad de la inhumana condición de vida de otros muchos.
Por eso es necesario no quedarnos atrapados en el miedo actual ni en la idea de un futuro que por sí solo vendrá lógicamente mejor. Sabemos que para muchos, los más frágiles, la vida durante la crisis actual está siendo más dura y que así lo serán los efectos de la misma. La reconstrucción de lo perdido en este tiempo tiene que contar con la recuperación y el cuidado de los más frágiles que son los más frecuentemente olvidados. Y contar con ellos como miembros activos de pleno derecho en la búsqueda y construcción de soluciones para todos. Y ahondando prioritariamente en el desarrollo de servicios comunitarios abiertos, accesibles, participativos y de calidad.
Habrá, sin duda, una solución al problema sanitario por el que atravesamos. Nos quedará como tarea importante, además de la investigación y reforzamiento de los diversos sistemas protectores, encontrar una orientación de los valores y el aliento ético para encarar la nueva realidad. Para ello hay que poder desear que lo que ocurre aquí y ahora aún siendo doloroso, sea el inicio de unos modos de vivir diferentes donde la subjetividad y la ética del cuidado como sustento de una ciudadanía inclusiva sea más tenido en cuenta. Y donde sea posible articular creativamente el derecho y la obligación de cuidarse, cuidar y ser cuidado.
Cuando acabe esta reclusión obligatoria recuperaremos la calle, disfrutaremos de nuevo los espacios colectivos y seguiremos trabajando por los grandes valores y los pequeños gestos.
Hacer frente a las nuevas preocupaciones propias de una nueva realidad estrechamente vinculada a los procesos de globalización exige tener una gran disposición para dejarse enseñar por las mismas cosas que suceden, es decir, adquirir experiencia.
Todo ello requiere tener en cuenta una dimensión ética vinculada a las grandes y permanentes preocupaciones sobre los derechos humanos, la justicia, la autonomía, la reciprocidad, el reconocimiento, la hospitalidad -de la que Derrida dice que no puede ser otra cosa que un acto poético-y la acogida en especial de todos aquellos a quienes las crisis golpean con más virulencia.
Només vivint, amb tot el risc i tota l'esperança reconduïm la vida. M. Martí i Pol.
Temps d'interluni
Reconduïm-la a poc a poc, la vida,/a poc a poc i amb molta confiança,/
no pas pels vells topants ni per dreceres/grandiloqüents, sinó pel discretíssim/
camí del fer i desfer de cada dia./
Reconduïm-la amb dubtes i projectes,/
i amb turpituds, anhels i defallences,/
humanament, entre brogit i angoixes,/
pel gorg dels anys que ens correspon de viure./
En solitud, però no solitaris,/reconduïm la vida amb la certesa/
que cap esforç no cau en terra eixorca./Dia vindrà que algú beurà a mans plenes/
l’aigua de llum que brolli de les pedres/d’aquest temps nou que ara esculpim nosaltres.
(*) In memoriam Montse Feu
(*) Con el recuerdo de tantos que sufren, que acompañan, que se esfuerzan, que cuidan.
Acabo de ver tu comentario. Te lo agradezco mucho. Lo que tan de golpe ha venido a interrumpir la aparente quietud de la vida hasta ahora nos abre un sinfín de interrogantes y de heridas a las que hemos de intentar dar ¿respuestas? y poner cuidados. Lo humano y lo inhumano han cobrado una visibilidad que debe servir para afrontar las dificultades y no negarlas. Desde esa perspectiva, el cuidado de lo humano es la condición imprescindible para ser mejores. Saludos.
Excelente texto De.lo mejor que he leído Soy del gremio y me encantaría contactar con vosotros gracias asun
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