Recién se despertaba el día cuando llegué al aeropuerto de Granada. El conductor del taxi que me llevaba al hotel se mostró solícito, conversador y orgulloso de su afán de superación que le había llevado del analfabetismo a estar estudiando historia a sus 59 años. Sus padres, de origen muy pobre, emigraron desde La Alpujarra y no pudieron darle estudios. Él quiso que su hijo estudiara pero pronto apareció en éste el desinterés y el desánimo.
El padre decidió que para animar a su hijo él mismo se sacaría el certificado escolar. Me muestra con satisfacción los apuntes fotocopiados que estudia en los ratos libres mientras espera viajeros en el aeropuerto. Le fascina la historia de Inglaterra. "Es un pueblo listo, dice, no como nosotros. Ha dominado a muchos pueblos, no se han mezclado como los españoles y ahora con el Brexit también les irá bien porque aunque tienen pocos recursos naturales saben explotar los de los otros. Incluso han logrado que su reina lo sea de aquellos pueblos a los que dominaron y ahora son independientes". Cuando ya se intuye la ciudad, la carretera pasa por lo que parece ser un polígono industrial.
-Anoche, me dice, unos gitanos dieron una paliza a un empresario que había despedido a uno de ellos de la empresa porque no trabajaba.
-¿Eran de aquí, granadinos?, le pregunto con cierta intencionalidad.
-Eran gitanos. Son perezosos, no les gusta trabajar.
-¿Quiere decir que a todos los gitanos no les gusta trabajar y a los no gitanos les encanta el trabajo? Yo creo que hay de todo en todos lados y que eso puede pasar sea uno del color, origen, etnia o religión que sea.
Guardó un silencio que entendí hablaba de su prudencia y respeto a la opinión del otro aunque ello no significara modificación de la suya. Al dejarme en el hotel me dió un mapa y algunos consejos para moverme por Granada. Esa atribución causal de un hecho a un elemento identitario del sujeto es bastante frecuente. Lo he vivido en muchos lugares. En Toronto me ví metido en una situación similar. Fui invitado a cenar por una familia como gesto de acogida y, en efecto, acogedora. La mujer de origen francés; el marido de origen rumano y ambos judíos que se conocieron en una estancia en Israel. Él lamentaba la mala imagen que los gitanos transmitían de los rumanos. "No eran rumanos sino gitanos", decía él. "Los gitanos españoles son españoles de etnia gitana", dije yo. "Supongo algo similar con los gitanos rumanos". No hubo manera; la mujer le pidió que disminuyera la pasión con que defendía la tesis que le llevaba a excluir a los gitanos de Rumania de ser rumanos y, por ello, a no reconocerles patria, opinión que ella sentía podía estar colocándome en una situación de incomodidad que era evidente en él.
Mi estancia en Granada duró tres dias. Era pasada medianoche cuando llegó mi vuelo al aeropuerto de Barcelona. Nunca llegaré a comprender los criterios que utiliza quien ordena la distribución de los pasajeros en uno u otro taxi y que lleva a molestas idas y venidas entre uno u otro coche. Nada más subir la mujer que conduce me pregunta si hay mucha gente dentro del aeropuerto, llama a una colega, le dice que ha enconchado, que se dirige a Gracia y que tenga paciencia porque también ella cargará; luego se llamarán para cenar juntas con otros colegas como suelen hacer cuando el aeropuerto cesa su actividad nocturna. Enfila la autovía de Castelldefels con desenfreno y le muestro mi inquietud por tal velocidad.
⁃Si le dejo pronto a Vd. quizás vuelva y aún podré hacer otro recorrido. Hay que espabilarse porque los pakistaníes y los emigrantes nos han hacen mucho daño.
No estoy preparado a estas horas para tal impacto, como "un obús al cor", preciso título de una de las obras de Mouawad. Me repongo.
⁃¿Cómo es eso?, le preguntó.
⁃Hay mucho intruso. Son emigrantes y nadie les dice nada. Para ellos todo son facilidades. El ayuntamientos y los políticos tratan mejor a los emigrantes que a nosotros, los de aquí. A ellos les dan beneficios y a nosotros nos los quitan.
Hago un esfuerzo. Estoy cansado. No quiero incomodarme ni incomodarla. Dudo entre el silencio o mostrar mi desacuerdo pero no tengo tiempo de decidir. Insiste de un modo contundente y violento.
⁃¿Por qué le dan a ellos permiso para trabajar en sus tiendas los domingos, las horas que quieran y a nosotros no?
⁃¿Qué quiere decir?, de digo. No sé si eso es así. ¿Quiénes son ellos, quienes somos nosotros?
⁃¿Ah, no? ¿Vd. no lo sabe? Ellos pueden abrir sus tiendas y cerrar a la hora que quieran. Nosotros no.
Oigo ellos y nosotros como un látigo que golpea y fuerza una frontera que presiento cargada de odio, resentimiento, rechazo y quizás miedo. Sé que no tengo escapatoria. O callo o nos enfrentamos. Callo. Ella sigue lanzada. Suena su teléfono y se da y me da un respiro. Le llama la colega con la que habló al inicio. Ha encochado y se dirige a Arco de Triunfo. Celebran solidarias el éxito y esperan que una tercera también lo logre. Tal vez vuelva al aeropuerto, le dice mi taxista; ya le comentará. Cierra el teléfono y vuelve a su presa, no quiere dejar el trabajo a medias lanzada como va por la autovía y en su rechazo a los emigrantes que nos quitan el trabajo y las ayudas.
⁃Yo tenía una peluquería y la tuve que cerrar por los impuestos que me ponían y meterme en el mundo del taxi. Ellas abren las horas que quieren, no pagan impuestos, lo hacen muy barato, hasta masajes con final feliz y nadie les dice nada.
⁃¿Qué quiere decir con final feliz?, pregunté al parecer con una ingenuidad que ella creyó postiza.
⁃Pues con final feliz, Vd. ya sabe.
Tuve que suponer.
Guardo silencio, agotado como vengo y harto de un discurso que no me llevará a otra cosa que a un desencuentro irreconciliable.
⁃Bueno, le digo, yo conozco a muchas personas emigrantes que luchan por sobreponerse de lo que han sufrido, cumplen con sus obligaciones, se esfuerzan. Yo mismo fuí emigrante. No me da respiro
⁃Mis padres vinieron de Extremadura, yo era pequeña y nadie les ayudó. Y ahora todo son ayudas para los que vienen de fuera a aprovecharse de nuestro trabajo y vivir de nuestro esfuerzo. Hacen lo que quieren y para ellos todo son ventajas. Mis padres salieron adelante ellos solos. Ellos sí que se esforzaban y no los de ahora.
⁃Yo no lo veo como Vd. Creo que no pensamos igual.
Ya no sé si seguí o si me callé. Llegamos al destino. Sentí una inmensa alegría de que el aeropuerto estuviera en El Prat y no en El Vendrell, Solsona o Mataró. Sentí también, una vez más, una tristeza infinita. Una vez más porque no es la primera que escucho estos comentarios airados, cargados de prejuicios y también de dolor. Recordé una escena idéntica en un pequeño restaurante en Tánger. En aquella ocasión el camarero me dijo haber sido jefe de comedor del hotel El Minzah y que perdió su trabajo porque contrataron a trabajadores que venían del sur y cobraban la mitad; eso les hacía culpables de la situación en la que él se hallaba.
Todas las personas que intervienen en estas historias, relatos contados tal cual sucedieron, han sido migrantes. Llegaron, llegamos a donde vivimos procedentes de otro lugar más o menos cercano o lejano. Todos buscando estar mejor. Todos fuimos, en algún modo, extranjeros, venidos de algún lugar porque el sedentarismo no es una de las características genéticas de nuestra especie; se ha ido consolidando relativamente tarde y en vinculación con la invención de la agricultura. La tensión entre sedentario y nómada existe desde el origen de los mitos. Y es evidente que algo, siempre, nos lleva a cambios de lugar. Todos somos nómadas que nos hemos hecho sedentarios y una vez ocupado el espacio nos hemos hecho amos.
Todo el que llega es un intruso y nos quita tal vez aquello que otros sintieron les quitamos nosotros, antes nómadas, ahora sedentarios; antes deheredados, ahora propietarios; antes esclavos, ahora amos. El otro que llega nos expropia, nos invade, nos amenaza. Lo que ignoramos es que siempre hay un otro que es diferente a nosotros. Si no viene la amenaza de fuera montamos un nosotros que deje fuera a otros.
Siempre hay un ellos y un nosotros porque el otro es otro, es decir, ajeno a mí, diferente a mí y esa conciencia nos inquieta. Construir la propia identidad implica aceptar similitudes y diferencias. Lo común me acerca, lo diferente me aleja y en ese interjuego construimos los vínculos que nos permiten convivir, es decir, vivir en compañia. Esa es una árdua tarea como expresan muy bien las obras de Wajdi Mouawad una de las cuales, Boscos, se representa estos días en un magnífico montaje en Barcelona y que es, una vez más, una reflexión dura y tierna a la vez sobre las heridas difíciles de curar que dejan las guerras y los tremendos desencuentros humanos. Sus obras muestras con la precisión de los clásicos el drama del desencuentro y la violencia entre seres, todos, en algún modo, rotos, endurecidos, perdidos de sí, perdidos entre sí y cargando con el dolor permanente de una búsqueda a la que hay que hallar sentido: la búsqueda del otro, sobrante y necesario a la vez, que me atrae y me asusta, que puede ser mi amigo y mi enemigo y que ya no acepta vivir en un lugar y someterse a las circunstancias que le impiden la vida, y que por eso se aleja de su lugar o huye de la barbarie y busca a donde ir y el cobijo de lo humano. Todos somos sujetos heridos; buscamos, como podemos aminorar las huellas y la herida. Y todos con miedos. No hay movilidad humana que no genere tensión. Los cambios inesperados e indeseados aumentan el sentimiento de fragilidad, vulnerabilidad y amenaza. Todo ello está en la naturaleza humana; también el acercarse, caminar juntos, darse soporte, abrazo, bálsamo, acogida, refugio y la protección que es necesaria para que aquel que llega -todos hemos llegado a algún lugar alguna vez- pueda "habitar" su entorno cuando es nuevo y así transformarse y transformarlo. La acogida es necesariamente contacto.
"El contacto con los otros es el componente primordial, el más importante, de este centro del mundo natural cuyo suelo es la Tierra y cuya periferia es el cielo" como dice Patocka. Son muchos los humanos que vagan por el mundo en busca de un lugar donde poder vivir. Huyen de la guerra, del hambre, de la injusticia, de las condiciones hostiles del lugar en el que les tocó nacer. Arrastran sufrimientos, heridas, esperanzas, ganas de vivir, culturas milenarias que ofrecer. Remueven los miedos ancestrales en las sociedades acomodadas; también las conciencias y la necesidad de poner en juego los valores que decimos defender, muchos de ellos rechazados abiertamente ya como vemos en las declaraciones de muchos políticos europeos que buscan una victoria electoral de la que, de producirse, todos saldremos malparados.
Hay mucho por pensar, hay mucho por decir, hay mucho por hacer. "Migraciones, exilio, refugio: salud mental y derechos humanos" es el título de un Congreso que organizará en Barcelona a primeros de Junio la Fundació Congrés Català de Salut Mental, una asociación de profesionales que sienten preocupación por todas estas cuestiones. Se reúnen en un encuentro abierto para describir, para contar, para contarse, para que no se quede en el silencio lo que ocurre; pero también para describir, para contar, para contarse la riqueza de tantos intercambios, tanta producción colectiva efecto de los esfuerzos por vivir y convivir superando los miedos y celebrando el don de la diversidad. Para decir que el refugio es necesario frente a la adversidad, que la acogida es la esencia de lo humano y que la salud mental colectiva es la capacidad de abrir los brazos al otro para darle cobijo, para darnos cobijo, para darle cuidados si está herido, para aceptar sus dones y juntos construir una sociedad en la que haya un lugar para todos. Cargados de esperanzas porque ello ha de ser posible.
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