Cuando el cuerpo está sano y todo va fisiológicamente bien casi no se lo siente. Si uno se ocupa de él es para cuidarlo, fortalecerlo o embellecerlo.
Si algo funciona mal, si enferma, se hace presente. Se lo siente si algo ha fallado, si aparece una patología.
Cuando alguna de sus funciones fracasa o algún órgano está dañado su equilibrio se rompe, se enferma y su presencia se impone. Lo hace mediante síntomas.
Un síntoma es la referencia subjetiva que da un enfermo de una percepción que reconoce como anormal, como efecto de una enfermedad o un estado patológico, a diferencia de un signo, que es un dato objetivo, observable por parte del médico. Vale decir que, en tanto subjetivos, cada uno lo padece a su manera.
Son molestos por definición, pero también son una señal: el sufrimiento es lo que mueve a consultar.
Para el médico el síntoma es el punto de partida del camino hacia el diagnóstico que permita tratar la patología subyacente e indicar un tratamiento. El síntoma es una señal de alarma.
Los síntomas son tan diversos como las funciones corporales y los órganos que pueden estar afectados: el dolor, el mareo, la náusea, la somnolencia, la astenia y un largo etcétera.
El dolor puede ser tomado como ejemplo. Es particularmente displacentero y llena las consultas. El médico intentará hacer un diagnóstico, usando el síntoma como señal y averiguando a qué responde, qué es lo que está alterado. Eso le permitirá indicar un tratamiento.
Pero hay pacientes cuyo dolor no corresponde a una disfunción orgánica ni son causados por una lesión física y eso despista. Esos dolores no corresponden a una patología del cuerpo sino a un problema del alma. Su origen está en la mente y cuando el médico intenta usarlos como señal no puede encontrar nada.
Estos dolores, llamados somatizaciones, están originados por conflictos psíquicos inconscientes que encuentran en el cuerpo un lugar de expresión
Le puede pasar a cualquiera, pero hay personas más proclives a hacer este tipo de síntomas, a expresar sus problemas a través del cuerpo y a sentirlos en el cuerpo.
Es frecuente que se etiquete a ese dolor como falso, pero no lo es. Es engañoso, no hay ninguna enfermedad orgánica que lo cause pero el dolor es verdadero.
Para el médico son complicados porque tienen una lógica propia, distinta de la de la fisiología. Después de una exploración cuidadosa, de hacer las pruebas correspondientes y, si se concluye que no hay enfermedad orgánica, se le envía al psiquiatra con el diagnóstico de “posible trastorno de somatización” o “trastorno somatomorfo”, que es como se clasifica a este tipo de pacientes en la jerga médico psiquiátrica.
Estos pacientes sienten un dolor que es tan intenso como el que causan las enfermedades orgánicas. No inventan nada. Pero es frecuente que se sientan acusados de ello.
En los servicios de urgencias de la asistencia pública, estos síntomas que no responden a una patología orgánica en lugar de orientar desorientan y resultan incómodos. Los pacientes lo perciben y lo decodifican a su manera
“Me han dicho que el dolor me lo hago yo”, dicen.
Es probable que no sea lo que el médico literalmente les ha dicho, pero describen cómo se sintió el paciente y es una manifestación de su descontento.
Vive como acusación el diagnóstico de un trastorno que no puede atribuirse a una disfunción orgánica y se siente discriminado.
Las personas que somatizan también sufren enfermedades orgánicas.
Puede suceder y alguna vez sucede que un diagnóstico de trastorno de somatización confunda al médico y le lleve a atribuir una causa psicológica a síntomas de una enfermedad orgánica. La consecuencia es que no se empiece a tratar más pronto, antes de que la patología se haya desarrollado.
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