En cada artículo que he escrito me he sentido plenamente identificado con el título genérico de este nuestro blog, “La normalidad es rara”. Es un título que, frente a la tendencia imperante a la unificación y a la normativización de las personas, pone el acento en la gran diversidad de las formas de ser, en la diversidad de subjetividades que caben bajo el parasol de la “normalidad”. En el caso de la adolescencia, las rarezas de la normalidad tienen su máxima expresión.
El entorno social adquiere una gran importancia en las prioridades y los intereses del adolescente. El lazo con sus iguales, los vínculos que establece y encontrar su lugar en los grupos ocupa un espacio preponderante en su cabeza. La vida en el instituto deviene el centro de su vida social, no solo por los aprendizajes académicos sino por las vivencias y las experiencias personales y vinculares que allí experimenta. Mira a sus semejantes y es mirado por ellos, encuentra semejanzas y diferencias con ellos que le permiten ir construyendo su identidad y su subjetividad.
Allí se juega su “be or not to be”. Aquello no es una jungla ni una ciudad sin ley, como subjetivamente sienten a veces los adolescentes. Sobre todo porque hay un orden institucional en el que rigen unas normas y unos principios que los adultos sostienen y defienden. Los alumnos también son convocados a participar de él, a integrarse en él y a ir incorporandolo de forma activa. Pero los responsables de velar por su funcionamiento y por su aplicación son los adultos que están a cargo de la institución educativa. Es en ellos en quienes los padres delegan parte de la instrucción, de la educación y del cuidado de sus hijos.
Cuando se habla del cambio tan marcado del pasaje de la educación primaria a la secundaria, se hace referencia a dos aspectos fundamentales. Por un lado, a los contenidos curriculares, a la multiplicación de materias y de profesores, y a la forma de organización escolar. Esto implica un cambio de funcionamiento que requiere más autonomía y una mayor responsabilidad por parte del alumno que en la etapa primaria, que en la etapa de niño. Este pasaje coincide con el tránsito del final de la infancia al inicio de la adolescencia. Los padres suelen vivirlo -muchas veces de forma anticipada-con una mezcla de sentimientos que incluyen temores, dudas e incertidumbres sobre como lo llevará su hijo, su hija. Ellos y ellas también participan de sentimientos similares, aunque quizás estén más presentes los aspectos de ilusión y de aventura ligado a los retos del crecimiento que implica.
El otro aspecto fundamental de este pasaje está en el funcionamiento personal y social de los incipientes adolescentes, en los vínculos que se establecen con los adultos y con sus semejantes. Un funcionamiento que requiere de una mayor autonomía respecto a los adultos en general y a los padres en particular. El adolescente ha de ponerse en juego, desarrollar e ir construyendo sus recursos personales, propios, en el vinculo con sus compañeros y también en relación a si mismo. Ha de ir construyendo su identidad y haciéndose un lugar en el grupo-clase particularmente y en los demás espacios de la vida cotidiana en el instituto.
Ambos aspectos son vividos subjetivamente por los adolescentes, que hacen su interpretación personal de esas vivencias. Despiertan sentimientos y emociones, y construye representaciones mentales, simbólicas, que se inscriben en su ser creando sentido y significaciones. Son situaciones, experiencias que vive subjetivamente, o sea de forma particular y propia, que a la vez tienen un efecto subjetivante. Es decir, que le va construyendo como sujeto diferenciado y singular, en una dinámica que en esta etapa de la vida es particularmente intensa.
Así como la institución tiene sus principios y sus normas, en los vínculos y en la manera de estar del adolescente también los tiene de forma implícita. Básicamente radican en que hay que tener posiciones propias, personales: opiniones más o menos propias respecto a las cuestiones de la vida social y familiar, actitudes y comportamientos, una imagen personal y hasta una virtual. Esto comporta ser mínimamente críticos y cuestionadores del mundo de los adultos, del orden familiar, del orden institucional. La trasgresión juega un papel en todo esto, tiene incluso un valor en tanto ideal, más frecuentemente como postura/postureo que como actuación. Muchos adolescentes son seguidores de raperos “criados por la calle” y consumidores de drogas por el ideal que encarnan de hacerse a sí mismos, de estar en los márgenes del sistema y de ser “auténticos”. Algunos seguidores son chicos y chicas de 12 y 13 años que ni consumen ni conocen aún la calle.
Esto demanda del adolescente una posición activa para afrontar y participar en los retos académicos y sociales del inicio de esta etapa, para hacerse valer y respetar, para competir y para empatizar, para defenderse y poner en juego su deseo.
Algunas veces los padres se sienten un poco impotentes a la hora de ayudar y apoyar a sus hijos en estos procesos, por no poder ayudarles a defenderse. Sobre todo cuando el hijo o la hija manifiestan sus dificultades, sus desconciertos y sus malestares. Pero la autonomía y la búsqueda de recursos propios en el adolescente tiene relación con el vínculo que tenga con sus padres, con una separación relativa respecto a ellos. Cuanto más se le reconozca al adolescente y se le respeten sus vivencias subjetivas, sus propias formas de sentir y de pensar, más se le promueve y se le autoriza a tener una posición activa en su mundo social. Porque en realidad no se trata de una impotencia de los padres sino de una imposibilidad de hacer por el adolescente, de decidir por él y de desear por él. Cuando los padres dan lugar a sus opiniones, cuando les escuchan en sus apreciaciones subjetivas sobre su mundo social y sobre la vida, cuando tiene una mirada respetuosa a pesar de las diferencias, es entonces cuando apoyan y autorizan al adolescente en su crecimiento personal y social.
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