Las festividades navideñas remiten a la infancia. No hay más que ver como la viven los niños, y como la viven los padres. Es el único momento del año en el que la magia y la fantasía predominan en el ambiente familiar y en el social, sobre todo para los niños y niñas en edad de creer en ellas.
Padres y familia transmiten e inculcan las tradiciones vinculadas a las fiestas navideñas, reproduciendo las vividas durante su propia infancia, o modificándolas en función de lo que hubiesen deseado que fuesen entonces, o adaptándolas en función de lo que desean para sus hijos. A ello se suman los aspectos sociales y culturales del mundo de los adultos, del que los niños también participan: calles y comercios engalanados, los árboles de navidad y los pesebres, los villancicos. También se articulan las representaciones y las escenificaciones basadas en las tradiciones populares: las representaciones de “Els pastorets” (que es la obra más representada en Cataluña), los pesebres vivientes, la cabalgata de Reyes con sus pajes recogiendo las cartas de los niños. Los aspectos fantásticos y mágicos que contienen suelen fascinar a los niños pequeños, quienes, desde su propio universo infantil marcado por la fantasía y la magia, por la ficción y lo imaginario, conectan con gran alegría.
En los primeros años de la construcción psíquica del niño, hasta aproximadamente los 6 años, la magia, la fantasía y la imaginación ocupan un lugar importante. El niño funciona creyendo que el mundo responde o responderá a sus deseos. Es un pensamiento mágico, marcado por las ideas omnipotentes y las fantasías. La discriminación entre lo que es interno y lo que es externo es precaria. Poder incorporar y regirse por las leyes que rigen el mundo físico y el social depende de una serie de adquisiciones necesarias a lo largo de estos primeros años. De hecho, su incorporación marca el final de la primera infancia para entrar en la niñez propiamente dicha. Los niños no renuncian fácilmente al funcionamiento inicial; solo lo harán después de agotar su insistencia, ante la imposibilidad de conseguir mantenerlo. A los padres les corresponde soportar la presión demandante de los niños y sostener la imposibilidad de mantener esta tesitura. Es el precio a pagar por el crecimiento y la socialización del hijo.
A partir de los 6 años el niño está en situación de tener un mayor dominio del lenguaje, de disponer de una capacidad para funcionar autónomamente y para responder a las exigencias y normas de la convivencia escolar/social. Ello les permite ir adquiriendo la lecto-escritura y el cálculo, y conocimientos del medio, que nada tienen que ver con la magia y la fantasía. La diferencia entre su subjetividad y el mundo que le rodea ya está instalada.
Los niños a estas edades intentan comprender como funciona el mundo, tienen curiosidad, se preguntan y preguntan cosas, investigan buscando la lógica y la significación de la realidad que les envuelve. Las preguntas sobre los personajes emblemáticos - el Papá Noel, los Reyes Magos- van ganando potencia, tanto por la cuestión de los regalos como por los mitos culturales. En esta investigación hay una parte propia de descubrimientos, una parte personal, que se unirá a lo que escuche y a lo que vea, tanto en el ámbito familiar como social. Los otros niños también hablan y dicen cosas al respecto, pero si no hay descubrimiento personal difícilmente dará crédito a lo que oiga. El último paso será conseguir la confirmación de los padres, prueba determinante de la veracidad de lo descubierto.
En una época en la que los niños acceden más precozmente a habilidades y conocimientos, no deja de ser una paradoja que la tendencia a “descubrir” quienes son los reyes se retrase. No es infrecuente que niños y niñas de 9 años no lo sepan aún. Esta prolongación de la ficción es más una necesidad de los padres que del hijo. Cuando los padres no están por la labor, los hijos han de esperar a que sus padres estén preparados para tener la confirmación definitiva de lo que ya es bastante más que una sospecha. Los padres suelen ser conscientes que ese reconocimiento implica un punto de inflexión, un cambio en la manera de vivir las fiestas navideñas, sin un niño que crea.
Es posible que este no confirmar busque ser una manera que tienen los padres de proteger la infancia de su hijo, su inocencia, de postergar una verdad que tiene algo de dolorosa.
Paradójicamente, esto coexiste con una falta de filtros a la hora de hacer partícipes a los niños de situaciones de la vida de los adultos que no pueden comprender. A veces parece que los padres temen que el niño sufra excesivamente, como si fuese frágil, pero esta función de denegar demandas y deseos es fundamental para que el hijo pueda crecer.
La fantasía y la imaginación seguirán ocupando un lugar muy importante en la vida del niño, sobre todo como parte del mundo lúdico y del jugar. La magia sigue operando en el juego, pero no como elemento que opera sobre la realidad. Es en el juego donde plasmará sus deseos y su realización imaginaria. Esos juegos simbólicos y sociales para los que tienen poco tiempo y oportunidad durante el curso. Las cosas que más aprecian los niños de las fiestas navideñas son la pausa escolar, disponer de tiempo para jugar y de compañeros de juegos, incluidos sus padres y familiares.
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