El obligado confinamiento en los hogares representa un reto enorme para todos: adultos, niños y adolescentes, con mención especial a las personas de edad, colectivo particularmente vulnerable. La prohibición de salir a la vía pública y a los espacios comunitarios nos limita física y mentalmente. La suspensión temporal de nuestro orden vital cotidiano y las incertidumbres que despierta nos conmueve. Ser testimonio del padecimiento de los colectivos y las personas más vulnerables nos hace sufrir solidariamente.
Sobre los padres recae todo el peso del cuidado y de la atención de los hijos, sin poder contar con los recursos habituales, sin poder delegar algunas funciones ni contar con los espacios sociales del niño. Como adultos que son han de cuidar de si mismos y sostenerse como personas, y en tanto padres cuidar y dar soporte a los hijos. Como adultos contener las angustias y los temores propios para poder dar contención a las de los hijos. El peso de la responsabilidad parental se deja sentir especialmente en circunstancias tan extremas como las que vivimos.
Los niños necesitan de la palabra de sus padres para poder ubicarse, de explicaciones que den cuenta de lo que está pasando para poder aceptar las condiciones de la vida en confinamiento. Como siempre, adaptadas a la edad y a las características personales de cada niño, de cada niña. Y no más allá. Se trata de estar disponibles en el día a día para atender a las preguntas y a las inquietudes que manifiesten, incluso de invitarles a hacerlo. Ayudarles y acompañarles para que puedan construir sus propias explicaciones y significaciones, para no ser víctimas de la situación sino participantes activos y propositivos. A veces sencillamente escucharles.
Pero también necesitan de la protección de sus padres para no quedar expuestos a la vorágine informativa, a los discursos adultos y a la proliferación de imágenes. Protección que es extensible a los adultos, que también necesitan dosificar la cantidad y la cualidad de las comunicaciones e informaciones.
Convivir las 24hs del día en familia es una experiencia nueva. Se ha pasado de un funcionamiento familiar en el que se paraba poco por casa y de no tener tiempo disponible a la situación opuesta. Un nuevo ordenamiento familiar se va construyendo en cada hogar, en el que será importante habilitar espacios temporales y físicos que organicen una nueva cotidianidad: horarios, obligaciones, actividades compartidas, hábitos de orden, de alimentación, de higiene, tiempo para jugar (off y on-line), cuotas de pantalla, las manualidades, la lectura. También habrá que construir espacios de intimidad, para estar solos, y para el recogimiento personal o de pareja. La vida continua.
Esta es una buena oportunidad para compartir a muchos niveles, incluido el de las tareas domésticas, para hacer partícipes a los niños y para enseñarles cosas nuevas. No tanto como exigencia y obligación sino como posibilidad, como invitación, como una manera de darles lugar en el quehacer doméstico cotidiano.
Son momentos para cuidar especialmente el bienestar emocional de todos, de no alimentar tensiones, de ser transigentes, respetuosos con las diferencias y las particularidades de cada quien. Los adultos estamos aprendiendo a conocernos y a movernos en los términos de la situación actual, lo cual introduce posibilidades de cambio, de innovación, algunas forzosas y otras buscadas. Ser conscientes de ello podría ayudar a ser más tolerantes y más comprensivos con los niños, que también tienen que ir aprendiendo a encajar y a procesar esta nueva y extraña situación.
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