Françoise Dolto, conocida antes de casarse como “La petite Marette” bajaba todos los días - entre sesiones- unas cuantas veces a la calle para dar un par de vueltas rápidas a la manzana, siempre desbordó energía. Se casó tarde para la época, los treinta cumplidos, muy enamorada de Boris Dolto, un fisioterapeuta de origen ruso, con el que tuvo tres hijos y que la hizo feliz.
Françoise decía entender que la sexualidad de las mujeres es distinta de la de los hombres en el sentido en que éstos pueden requerir de expansiones extra-matrimoniales que no afectan en nada a la verdad de la relación que consiste en que ella era su mujer - “je suis ta femme”- y según afirma a ella le iba bien así. Me resulta imposible no pensar en la Duquesa de Guermantes en su salón, unos pocos años antes, consolando rutinaria y gentilmente a las sucesivas amantes despedidas por su marido, el Duque. Una concepción de la sexualidad claramente patriarcal, muy alejada de la de nuestros días y coherente con los valores dominantes entonces.
Había crecido en una familia numerosa, con una madre triste y ausente, un padre ocupado en los negocios y el fantasma de una hermana mayor muerta. Su análisis con Laforgue se prolongó durante tres años, los primeros meses los pasó llorando en el diván, sesiones enteras sin decir una palabra hasta que hubo llorado lo bastante para empezar a hablar. Ese llanto en presencia de otro que le permitió llorar y llorar sin interferir en su llanto le abrió las puertas de la cura. Qué presencia la de Laforgue dejando que el llanto expresara una angustia que no encontraba el camino a las palabras, qué muestra de su saber hacer, sin permitir que su angustia - hay que suponerlo- obturara la de su paciente.
Convencida de que la humanización requiere de la vida en sociedad Dolto creó con otros cuatro colegas La Maison Verte, así nombrada puesto que así era como decían los niños el nombre original: La Maison Ouverte. Este espacio venía con la intención de suplir el soporte que las familias numerosas y el modo de vida anterior a la guerra solía suponer para padres, madres, niños y niñas. Siempre había alguna abuela, una tía, un vecino o un primo mayor que suplían a los padres cuando era necesario. La migración del campo a la ciudad acabó con tales intercambios, la gente se encontraba recluida en pisos y se encontraba sola delante de las cuestiones que suscitaba la educación de los más pequeños.
La primera Maison Verte, que era azul, contaba con la presencia de tres psicoanalistas -de los cuales siempre una mujer - y era explícitamente un lugar para que los niños jugaran y las madres y los padres pudieran reposar, era explícitamente un espacio no pedagógico.
El objeto principal de atención eran los niños y niñas y a ellos se dirigían los psicoanalistas: los adultos eran el papá de Arsène o la mamá de Marie, sus acompañantes. Dolto relata sucesos asombrosos que se producen cotidianamente. Están hablando una mamá ojerosa y uno de los psicoanalistas - André, un bebé de ocho meses está tranquilo en brazos de su madre - la señora explica que lleva algunas noches sin dormir, André llora muchas veces, ella se siente agotada, el psicoanalista se dirige al niño y le dice - verás André, tu madre está muy cansada y tú lo sabes y quieres ayudarla, pero llorando no la ayudas, se cansa más - Al día siguiente la señora cuenta asombrada la historia a otro psicoanalista - le dijo eso y ha dormido toda la noche- .
Se lo tuvo que decir a otro analista porque éstos trabajaban en la Maison Verte sólo un día por semana, se hacían seis turnos semanales lo que favorecía que no hubiera apegamientos de y a los analistas y daba lugar a la idea central de la experiencia: la humanización, la subjetivación necesita de la vida en sociedad, de modo que pequeños y mayores encontraban una gran variedad de otros con quien hablar.
Ha habido luego muchas maisons vertes repartidas por Francia. Incluso aquí tuvimos durante algunos años una en Vilanova i la Geltrú hasta que fue cerrada para abrir posteriormente un equipamiento educativo, nada de niños jugando y padres y madres reposando... La libertad de pensamiento de Dolto tiene poca cabida en la mayoría de proyectos municipales.
Fue una psicoanalista con un análisis muy largo para la época, tres años. Pasado el primero su analista, Laforgue, le dijo que su análisis estaba terminado, pero ella se opuso, pidió y obtuvo dos años más. Tuvo problemas para pagarlo, su madre se oponía al gasto aunque la familia fuera rica y su padre admitía la oposición. Una amiga le dijo a Françoise, estudiante de medicina por entonces, que podía ganar dinero haciendo curas y poniendo inyecciones en un centro de asistencia para urgencias; se presentó y obtuvo el trabajo aunque eso solo resolvió la mitad del problema, la otra mitad la aportó un fondo creado por “la Princesse” - Marie Bonaparte- para ayudar a los jóvenes analistas que prometían. Laforgue presentó su causa y ella se lo encontró hecho.
Tres años de análisis transcurrieron hasta que se encontró lo bastante habilitada para ejercer. A la pregunta de Laforgue sobre el porqué del final de su análisis en aquel momento respondió que ahora cuando trataba con los pacientes ya no pensaba en ella, que ella desaparecía, una respuesta tan práctica como analítica, de las que caracterizan a Dolto.
Escuchaba a sus pacientes cincuenta y cinco minutos, les informaba al empezar de que dispondrían de ese tiempo. Dos veces cortó una sesión y las dos veces fue “para hablar de eso luego”. Cuando se iban les daba la mano, se despedía cordialmente, trataba con ello de devolverles al espacio extra-analítico, al de la relación social.
Es cierto que hay que ser cuidadosos con eso, no hay que dejar que las personas se vayan de la consulta con los fantasmas desatados, otro criterio profundamente clínico y práctico a la vez.
Introdujo muchas novedades técnicas: invento la “muñeca flor”, una figura de trapo que las madres cosían para los niños que daba buen juego terapéutico o, a veces, cobraba a los pequeños pacientes, lo hizo tanto en la pública como en la privada. Les pedía que le pagaran puesto que ella estaba haciendo un trabajo y ellos se lo debían: un guijarro, una hojita, un cromo…todo ello valía para situar a cada uno en su lugar, lugares diferenciados entonces, sujetos distintos.
Para Dolto la peor dificultad con la que tropiezan padres y madres en la educación reside ahí, en aquello que les impide considerar a sus hijos e hijas como otros y los lleva a tratarlos como a objetos o como proyecciones de sí mismos: obligar a comer o compartir cama son ejemplos comunes de ello, modos de hacer usuales en muchas familias que ignoran la violencia que, de ese modo, ejercen sobre sus hijos e hijas.
Insistiremos, con Dolto, en que si hay una guía segura en educación es decir la verdad, la que cada uno sepa, de la historia del niño y en que si hay un axioma que corrobora la experiencia es que las verdades ocultas retornan en forma de síntomas de gravedad diversa.
Gracies, Pilar, per oferir-nos un perfil mes pròxim de la François Dolto que el que tenia quan a Paris ens mostrava com interpretar dibuixos de criatures sense que en tinguéssim cap altre senyal que el seu dibuix.Una forta abraçada
Molt bé Pilar, rescatar sa questa gran psicoanalista . Els que també atenem a nens li tenim molt q agrair
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