Sucede que me preguntan si conozco algún psicoanalista en tal o cual ciudad. Me llama un familiar, un amigo, la conocida de una prima y me cuenta que está mal y que querría ir a ver a alguien, le vendría bien una terapia, le haría bien hablar -cada cual lo dice a su manera-. ¿Conozco yo a alguien allá?
A veces puedo solventar la cuestión rápidamente porque efectivamente conozco a alguien allá, aunque otras veces no. Si no conozco a nadie suelo indagar entre los de aquí para ver si ellos conocen en tal lugar a alguien. Y lo mismo: a veces sí y otras veces no.
Es una pregunta peliaguda.
Si fijamos el nacimiento del psicoanálisis en el año de la publicación de “Estudios sobre la histeria” nos encontraremos con una disciplina que surge a finales del siglo XIX, en el año 1898. Viene esto al caso para decir que la tal disciplina ha asumido a lo largo de los 118 años de existencia múltiples mutaciones que se presentan en forma de adjetivo. Psicoanálisis, sí, aunque adjetivado: kleiniano, lacaniano, bionanio, freudiano -por supuesto, winnicottiano, doltoniano, adleriano, meltzeriano, junguiano, etc.
Escuelas, asociaciones, institutos, monasterios, congregaciones, capillas...normal, 118 años de existencia dan para toda clase de lecturas, interpretaciones y prácticas. Por no hablar de las publicaciones, objeto histórico de las apetencias de los grupos y causa de grandes guerras entre psicoanalistas. Resulta entonces que “psicoanalista” resulta ser una palabra extremadamente polisémica y vale igualmente para designar a un gran número de personas que entienden el ejercicio del psicoanálisis de manera muy diversa y hasta antagónica.
De modo que, al dar el nombre de alguien al familiar, al amigo, a la conocida de mi prima, suelo decirles que, en la práctica del psicoanálisis, cada cual lo entiende a su modo y que cada uno de ellos tendrá que ver cómo se encuentra hablando con esa persona, darse un tiempo hasta ver si le es útil la experiencia, si hay cambios en su manera de estar en el mundo, si se encuentran mejor…
Que hay, aún con toda la diversidad de las buenas prácticas posibles, una manera de orientarse, un factor que siempre puede alertarle ante una mala praxis -sea cual sea la escuela de referencia-: deberían encenderse todas las alarmas si se le dice qué tiene que hacer en alguna circunstancia, por banal que pueda parecer la elección.
Y es que un/a psicoanalista no le dirá jamás a un paciente lo que tiene que hacer: casarse, separarse, comprarse un coche, ir o no a la cena de los treinta años del instituto, comprar un piso o pedir prestado, estudiar farmacia o bellas artes, dejar la batería por la trompeta, tener un amante o dejarlo, aceptar un trabajo, invitar a los padres a la fiesta, aclarar cuentas con un hermano, ir de vacaciones a la casa de los suegros, dejar los porros, dejar el orfidal... En fin, jamás se pronunciará sobre ninguna de esas cuestiones, nada.
Un psicoanalista se abstendrá para que cada cual resuelva con su particular itinerario qué es lo que entiende como lo mejor o lo debido. Y esto es lo que le digo al familiar, al amigo o a la conocida de la prima cuando les devuelvo la llamada para darles un nombre.
Se llama la regla de la abstinencia -Freud dixit-, impide al psicoanalista intervenir en la realidad de la vida de los pacientes y vale oro para protegerlos de un abuso de poder del psicoanalista. Que Freud mismo la transgrediera en más de una ocasión -con Loe Kann, por no ir más lejos- no le quita un ápice de su valor como brújula para mantener una buena posición, más bien apunta a lo difícil que puede ser sostenerla.
La razón de esa abstinencia es garantizar, en lo posible, que el psicoanalista no abuse de su posición puesto que ésta es una posición que da un poder extraordinario sobre los otros y que solamente se usa bien cuando no se usa -Freud otra vez-.
Abstenerse no significa, por descontado, dejar a los pacientes solos en su sufrimiento, al contrario, abstenerse permitirá acompañarles en un viaje abierto por paisajes insospechados, a veces vertiginosos, dejarlos andar y seguirles por aquellos vericuetos íntimos a los que lo convocaran tales elecciones. Abstenerse es condición necesaria para que el paciente pueda decidir -en cada caso- si quiere lo que desea.
Esta regla de la abstinencia es una condición, entre otras, que distingue la práctica del psicoanálisis de las de otras psicoterapias y hay más, aunque no sea ahora el momento de tratarlas.
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