No es inusual que al hablar con alguien en cualquier ocasión de charla social me adjudiquen un saber -que no tengo- sobre las personas, ya se trate de sí mismos o de otros.
Sucede a menudo -cualquier colega reconocerá la situación- en toda clase de encuentros. Una boda, pongamos por caso. Ahí estás, sentada en una mesa unas cuantas horas, compartiendo mantel con desconocidos en diversos grados y te encuentras teniendo que decir que -por más psicoanalista que seas- no tienes ni idea de si los problemas de la hija -Diana- de la pareja -Oriol- de la mujer que está hablando -Elena- requieren que vaya a un internado el próximo verano o si tal vez sería mejor buscarle un profesor particular.
Una vez abierto el fuego, cualquier otro comensal -Arnau- dirá jocosamente, interrumpiendo a la mujer morena vestida de azul eléctrico que tengo sentada enfrente -Karen-,: "cuidado con lo que dices, que ésta es psicóloga". Todos nos reiremos y otra mujer -Paula-, te pondrá por testigo de que el hombre sentado a tu derecha -Juan- tiene una relación patológica con su madre -la de él- porque la llama todos los días, "eso es patológico, tú ya lo sabes…".
Las bodas son un caso extremo pero anécdotas de ese tenor suceden de tanto en tanto. Y no, no hay manera de que yo pueda decir lo que sería mejor para Diana, ni de que pueda hacer un juicio clínico sobre Karen, ni tengo opinión tampoco sobre si la relación de Juan con su madre es patológica.
Por más psicoanalista que sea -o precisamente por serlo- no puedo interpretar nada sobre cualquier cosa que se diga fuera de la consulta. No puedo interpretar nada de una manera psicoanalítica, dicho sea más precisamente.
Interpretar lo que nos dicen es algo que hacemos todos constantemente, lo trae el hecho de hablar para entendernos en nuestras relaciones con los demás. Interpretamos el tono, el acento, los modos, el origen...y sobre todo interpretamos las palabras, pero debemos tener en cuenta que la mismas palabras no tienen porqué tener idéntica significación para el que habla que para el que escucha. Eso da pie a frecuentes malentendidos que están enraizados en la trama del lenguaje.
Las mismas palabras no significan lo mismo para el que las dice que para el que las escucha: "el tumor es benigno"; "Alicia no irá de colonias este verano"; o "se casa Mari Carmen". No le dicen -no afectan- del mismo modo al médico que da la buena noticia que al paciente que le escucha; lo mismo vale para Alicia -tanto da si está contenta o disgustada con el enunciado- y para su madre, que ha tomado esa decisión por lo que sea; la noticia de la boda de Mari Carmen será dicha y hará un efecto distinto según quién esté hablando o escuchando: su hermana, su ex marido, su abuelo, su jefe... Siempre es así, las palabras están afectadas por y afectan a quién las dice; quien las escucha queda afectado igualmente a su vez. Estos son ejemplos muy sencillos de un hecho básico en la comunicación entre los seres humanos.
Veamos otro ejemplo: Dirk Bogarde cuenta en una de sus autobiografías que en cierta ocasión se sintió muy herido por un comentario de su padre. Sucedió siendo él un joven actor, muy orgulloso de haber obtenido un papel importante en una obra que se estrenaba por aquellos días en un teatro de Londres. Fue en 1939, apenas iniciada su carrera, cuando, en una reunión familiar y hablando del estreno, su padre aseveró que "nunca el nombre de la familia había caído tan bajo". Era fino humor inglés, pero Bogarde no pudo descubrirlo hasta pasados los años.
Sir Dirk Bogarde se llamaba, de nacimiento, Derek Jules Gaspard Ulric Niven van den Bogaerde y era conocido como Derek Bogaerde. Ulric Bogaerde, su padre, fue "art editor" en The Times y su madre Margaret Niven había sido actriz. Si bien Ulric hubiera deseado que Derek le siguiera en su camino profesional como crítico de arte no se opuso a que éste ingresara en una escuela de arte dramático, ni puso tampoco impedimentos a su carrera como actor. En la representación que dio pie al comentario paterno -"Cornelius"- en el West End londinense- nuestro hombre actuaba bajo su nombre de nacimiento: Derek Bogaerde.
Luego llegó la guerra, sirvió en la misma -le quedaron tatuados sus horrores en el alma, dijo- y, acabada ésta, volvió a la escena y se deshizo de su nombre familiar para presentarse de nuevo con el que le hizo famoso.
Entre Dereck Bogaerde y Sir Dirk Bogarde se extiende el amplio panorama de una carrera fulgurante en todos los sentidos, en el teatro y en el cine -Sir Laurence Olivier, Visconti, John Schlesinger, Sir Alec Guinness, Tony Richardson, Charlotte Rampling, Fassbinder, Liliana Cavani, Alain Resnais, Ava Gardner,Joseph Losey, Harold Pinter, Nöel Coward...con todos trabajó...-. Escribió poesía, novelas, guiones, fue pintor y fotógrafo y obtuvo reconocimiento en cada uno de esos campos.
Bogarde se enteró de que su padre estaba haciendo aquel día un juego de palabras ya fallecido éste. Sucedió una tarde, charlando con su madre quien, entre incrédula y consternada, deshizo el equívoco a propósito de haber llevado el nombre de la familia a lo más bajo. Ulric Bogaerde se refería con aquello a la campaña publicitaria de la representación: en aquellos días las paredes de los pasillos y de las estaciones del profundo metro de Londres habían aparecido empapeladas con carteles que anunciaban la obra, ése era el chiste.
Así contado parece plausible que ese suceso jugara algún papel en el cambio de nombre -una clásica manera de "matar al padre"- pero "plausible" no significa "cierto" aún si fuera "verdadero" y desde luego no podemos atribuir al comentario de Ulric el lugar de la causa.
Podemos preguntarnos por qué el hijo no captó la alusión en el momento de la reunión familiar, podemos pensar que el chiste era agresivo y Bogarde lo entendió bien o también que seguramente hubo un poquito de todo, sus más, sus menos, sus éste, su aquél... Pensemos lo que pensemos da igual, saber no sabemos nada, no podemos decir más que el actor cuenta así el suceso en sus memorias. Casi treinta años de un profundo malentendido.
Si me lo preguntaran no podría decir sobre el cambio de nombre de Bogarde más de lo que pude decir sobre si la llamada diaria de Juan a su madre era o no sintomática de alguna clase de patología: nada, nada con mayor fundamento que lo que pueda decir cualquier otra persona. Tengo opiniones sobre el mundo y las personas, por supuesto, como cualquiera.
La interpretación psicoanalítica no tiene nada que ver con la interpretación común que hacemos cada día en la vida de relación, requiere unas condiciones particulares que no se dan en la vida social: asociación libre del que habla, atención flotante y abstinencia de quien escucha. Está sometida al secreto profesional, tiene lugar en un tiempo y un espacio acordados para ello y se paga por obtenerla.
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